Este agosto tengo un compromiso comprometido en Inglaterra, así que me he puesto a estudiar inglés de nuevo, treinta años después. Lo leía, pero ahora más; y he quitado los subtítulos a las series que veía en plan cultureta, sí, cultureta, pero leyendo a pie de pantalla. Ahora estoy solo ante el idioma. Lo peor, hablarlo. La lengua inglesa es mi amada invencible: tantos años adorando su maleabilidad, sus expresiones chispeantes, su literatura y su sentido del humor, y me lo paga, la tía, con este tartamudeo atascado y torpresivo enredado en mi boca. No mandé mis esfuerzos a luchar contra los elementos, las eses líquidas y las vocales imprevisibles.

Por fin he entendido la tristeza inherente a mis profesores de inglés (-Hypocrite professeur, -mon semblable, -mon frère!). Son como el niño que vio Agustín de Hipona tratando de meter el mar con un cubito en un hoyo en la playa. ¡Qué trabajo imposible que yo hable como debiera, teniendo en cuenta que Cádiz linda al sur con el Reino Unido (Gibraltar) y al oeste con USA (la Base)! Quizá mi lengua de madera sea un rechazo inconsciente de la ocupación inglesa (digo, por buscarme una salida honrosa).

Sin embargo, tras la sabia resignación, he comprendido que mi relación con la Amada Invencible me trae bastante cuenta. Algo así como el saqueo de Cádiz por Drake, que hizo que los ingleses se aficionasen al jerez que el pirata había robado y que, a partir de entonces, comprarían a lo que vale. Porque en inglés yo resulto algo más inteligente. Es el método de Groucho Marx: "Prefiero permanecer en silencio y parecer tonto, que hablar y disipar las dudas". Escucho a los demás, very polite, y no sufro esta ansiedad de decir lo mío a cada instante y de meter, por consiguiente, la pata a cada paso.

En inglés, soy humildísimo. Parece un milagro. Me escucho hablar y es la calavera que los barrocos se ponían en su mesa, pero en versión fonética. Un memento mori. Callo como un muerto.

Lo más importante es que leo mucho mejor que en español. Porque lo hago mucho peor. El inglés me exige una concentración total y la compañía del diccionario. Evita que los ojos se vayan patinando por los raíles de los renglones, mientras mi imaginación se larga de parranda. Contrarresta maravillosamente la atención disruptiva e intermitente que ha generado internet. La Amada Invencible, a última hora, me está echando una mano, cuando menos la esperaba.

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