Dejó a la muchachita desayunando en La Biela, bajo los árboles enormes, le indicó con gestos que la esperara. La niña había pedido un chocolate, varias raciones de tostadas, comía como si nunca lo hubiera hecho en su vida. Con la diferencia en el cambio, Myriam podía permitirse gastar sin control, le resultaba muy placentero cambiar de nivel social con el simple pasaje por la frontera. Estiró las piernas y se dedicó a estudiar las ramas del árbol portentoso, cuyas hojas danzaban sobre su cabeza dejando pasar agujas de luz. Con la boca llena, la niña le hizo un gesto la cabeza que parecía decir: "quédate tranquila, no me moveré de aquí". Por fin, le dedicó una de sus sonrisas esplendorosas.

-Qué niña tan guapa, pensaba Myriam, mientras se acercaba al locutorio. Esta tarde la voy a llevar de compras. Y comenzó a imaginar qué le hubiera gustado ponerse a ella a su edad. Educar a una niña tan amable, vestirla con la propia adolescencia, reflejarse en ella, hacer de madre sin ninguna de sus molestias: eso sí que era un chollo, un deseo cumplido.

Pero, ¿qué estaba diciendo? ¿Se había vuelto loca? ¿Pensaba quedarse con esa criatura que se le había pegado con una naturalidad pasmosa? Reflexionó durante unos segundos y se dijo que, después de hablar por teléfono, se acercaría hasta alguna comisaría para denunciar que la niña estaba perdida, buscarían a sus padres, una niña perdida es una niña perdida, debe de haber cientos, miles, tiene que haber un protocolo para estos casos.

-Puedo, incluso, quedarme con ella hasta que se aclarase todo, hacerme cargo unos días más, llevarla junto a su familia.

La imaginó en una casa de emigrantes del Este de Europa, con cortinas modestas y limpísimas, muebles de madera, una tarta de arándanos sobre la mesa. La sacó de la ensoñación su hermana, que cogió inmediatamente el teléfono. Como fondo, gritos de niños.

-¿Myriam? Qué suerte que has vuelto a llamar. Perdona, los niños me están volviendo loca. ¿Calor? ¡Aquí hace un frío tremendo! No, nuestra madrastra no mejora, debe de haberse intoxicado con su propio veneno, parece que le hubiera caído encoma una maldición… ¿Qué dices? ¿que no sea así? ¿Mala yo? ¿Vengativa?... Es el destino, ya sabes: "Siéntate a la puerta de tu casa…". Por cierto, ¿te has enterado de lo de tu empresa?

Luego, más gritos, algún "quita, quita", y, por fin, el auricular al suelo, la comunicación cortada. Intentó volver a llamar. Dos veces sin éxito. Por fin decidió ir a recuperar a la niña, pasar por la comisaría. No quería ni pensar en la frase pendiente, en aquél ominoso "¿te has enterado de lo de tu empresa?". Así que, con la mente en blanco, se encaminó hacia La Biela.

Cuando la niña la recibió con su sonrisa ella se sintió una traidora, pero intentó alejar los sentimientos, era tonto, inmaduro, en silencio se fueron acercando a la comisaría, la manita laxa entre las suyas, como un pájaro muerto. Ya no saltaba delante de ella, se mantenía muy compuesta a su lado, como si…

-Como si estuviera por enfrentarse al pelotón de fusilamiento.

Qué idea tan siniestra, estaba haciendo lo que tenía que hacer, ayudarla a encontrar a sus padres. ¿Qué futuro tenía perdida en una ciudad tan grande? ¿Pensaba acaso llevársela con ella de regreso a España? ¿Con qué papeles? Había que buscar alguna solución, una solución para esa muchachita encantadora que caminaba a su lado. A pocos metros de la comisaría se preguntó qué hacía que confiara en ellos. ¿No corrían acaso en el país historias siniestras sobre los rebordes de la ley y sus competencias? Miró a la niña que, bajo el pelo rubio, escondía sus facciones y parecía a punto de llorar. ¿Sabía lo que estaba pasando? ¿Comprendía que pensaba abandonarla entre desconocidos? ¿Le estaba leyendo la mente? A punto de entrar se dijo que no era capaz de entregar a una casi adolescente a un grupo de hombres uniformados, no podía, se le partiría el corazón. Como si hubiera paseado por dentro de sus vísceras la niña comenzó a sonreír, se quitó el pelo de la cara, apretó su manita aún más dentro de la de Myriam.

-Mejor lo pienso un poco, se dijo, mientras se alejaban, un día más o menos, las cosas no cambian tanto en un día… Mejor nos vamos de compras, luego llamo a mi empresa y pido el adelanto.

Pasaron una de las tardes más gloriosas que Myriam recuerda. En lugar de irse de compras, cambiaron repentinamente de planes y tomaron un taxi hasta El Tigre. Allí, donde la ciudad se convierte en delta y se mezcla con las islas, contrataron un viaje por barco. La muchachita parecía feliz. Myriam, divertida, se dejó llevar por sus risas, sus grititos de asombro, descansó de las tensiones de los días pasados. ¿Qué más daba el caos en el que se había convertido todo? Había que tomar las cosas como venían.

Mientras el barco se metía por senderos de agua, se sorprendió con la belleza del paisaje. Una vegetación enmarañada se plegaba contra los rebordes de la gran metrópoli, se levantaba sobre el bullicio de los barcos vendiendo fruta, lanchas cargadas de lugareños, habitantes de piel morena que se mezclaban con turistas. La muchachita no se despegaba de ella, parecía adherida a su piel, cada tanto, lanzaba al aire grititos de felicidad. Golpeada por la brisa, Myriam sintió que en esa ciudad convivían otras muchas, que el río, con su murmullo, desplegaba la constancia de que nada tiene límites precisos, sino que todo fluye, se comunica. Una vida dentro de otra vida, dentro de otra vida, se dijo, y, al asomarse por la borda, se imaginó habitando en una de esas casas europeas decadentes, cuidando uno de esos jardines preñados de hortensias, se soñó regando el césped, dueña de una existencia en la que no había nada más agitado que la dulce espera del paso de las horas. Su voz interior, díscola como siempre, comenzó a cuestionarla:

-Estás totalmente loca, Myriam, eres una urbanita, necesitas smog en vena, esnifas asfalto, liberas endorfinas con el estrés, ¿qué te está pasando?

Y la vocecita perversa pareció replicarse a sí misma:

-Adelante, Myriam, adelante. Déjate llevar. Al fin y al cabo, ¿no quieres cambiar de vida? ¿No es este tu deseo?

-Sí, pensó. Quiero cambiar de vida.

Lo dijo con énfasis, asomada por la borda, dueña de un impresionante impulso vital, mientras el amuleto rojo brillaba contra las aguas del río.

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