Analogías

Se beneficiaron de las campañas del Kremlin y ahora piden diálogo, mientras corre la sangre de otros

Antes y después del grotesco microgolpe de Estado en Cataluña -ocho famosos segundos duró la autoproclamada República, horas antes de que su incalificable presidente huyera del país escondido en un maletero- se habló mucho del apoyo de la Rusia postsoviética de Putin, que como es sabido se dedica desde hace años a promover la inestabilidad del continente, favoreciendo o financiando las derivas separatistas, las posiciones extremas y los populismos de cualquier signo, a las aspiraciones de los partidos que conspiraron contra el orden instituido e intentaron imponer el hecho consumado y no consumado de la independencia a la mitad de la población catalana que no comulga con sus ideas. Coincidiendo con la devastadora invasión de Ucrania, tenemos noticia estos días de que los valerosos dirigentes del procés, entre ellos el jefe de la oficina del caudillo fugado, que sigue desde el dorado exilio moviendo los hilos de su República fantasma, convertido cada vez más en un personaje de opereta, mantuvieron estrecho contacto con jerarcas rusos, viajes a Moscú incluidos, para obtener un respaldo que habría llegado a barajar el envío -ciertamente improbable, salvo para estas cabezas huecas- de una fuerza expedicionaria. No esperaron ni un día, sin embargo, desde que los tanques rusos atravesaron la frontera ucraniana, para volver a castigarnos con sus falsas y ofensivas analogías, un tanto incomprensibles en este caso, pues no se entiende que quienes buscaban para su aventura secesionista la complicidad y el dinero de Rusia -un aliado de riesgo, salvo si se carece por completo de escrúpulos- se miren ahora en el espejo de la nación invadida. Obsesionados, incluso hoy, cuando no son los yanquis los que agreden, con el imperialismo estadounidense, los líderes de las autodenominadas izquierdas independentistas salieron a la palestra para parasitar, una vez más, las tragedias ajenas, bochornosa costumbre que ha llevado a muchos otros nacionalistas incomprendidos -también los de la derecha, que en esas regiones, tan progresistas, según parece ya no existe- a compararse con las víctimas de la Shoah, los presos de los campos de concentración, los ciudadanos segregados del apartheid o los represaliados por la dictadura franquista. Vendrían bien unos muertos, confesó en su momento un indepe acanallado, y ayer mismo otra política huida afirmaba, desdiciéndose sin desdecirse, que la independencia tiene un precio, se entiende que de vidas. Este es su grado de empatía, estas son las lecciones que extraen de la crisis los que se beneficiaron de las campañas de intoxicación del Kremlin y ahora piden diálogo, mientras corre la sangre de otros.

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