La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Andaluces encantadores

No hay nada peor que te inviten este verano a una comida con alguien encantador, hay que salir corriendo de inmediato

Es un martirio, una tortura, mucho peor que ver varias veces seguidas la película Acapulco de Raphael o que te pongan en bucle el precioso bolero de Ravel. Estos días en que el personal le ha cogido afición a recuperar los encuentros, cenas y piscolabis se oyen de nuevo los tormentos de los que nos libró el estado de alarma, porque el BOE no decía una de las grandes verdades, que no era otro que evitarnos los actos sociales con canapé y sus correspondientes malos alientos, de los pesados que te quieren vender su libro, pero sobre todo y por encima de todo, de los que te dicen así, sin anestesia: "Tienes que conocer este verano en Soto a este pintor que está que se sale y dedicarle una Aldaba. Él baja de Madrid en agosto y ya verás su book". A uno ya le repele de entrada el uso del "tener que" porque en esta vida hay muy pocas cosas obligadas, aunque todas ellas muy importantes. Peor, mucho peor aún, es cuando el tipo de marras te añade una coletilla: "Y te interesa conocerlo". Pues mire usted -que le decía Felipe a Aznar en los dos debates famosos de aquellas generales, el primero en Antena 3 y el segundo en Telecinco, ¿verdad Javier Arenas?- ya decidirá uno mismo qué es lo que le interesa y qué no. Qué manía con hablar con semejante ligereza del prójimo. Pero ya lo peor de todo, de largo y con mucha diferencia, es cuando te apostillan la sentencia final: "Y además es encantador y le encantan los andaluces encantadores". Algunos saben que uno lleva a gala no viajar donde no hayan estado los romanos, no alejarse mucho del Hospital Virgen del Rocío, desconfiar de las colchas de los hoteles y de los que sólo beben refrescos de cola, dan la mano floja en el saludo y usan pajarita en vez de corbata, pero sobre todo guarda la distancias de quienes abusan del adjetivo "encantador" para definir a las personas. ¡Zape! Nadie es encantador. Absolutamente nadie. Y como una vez me dijo Luis Rey, empresario andaluz de la enseñanza, todos somos muy agradables y encantadores cuando vamos de visita. Qué manía con tirar por tierra el prestigio de una persona al presentarla con "encantadora". Yo salgo corriendo. Líbreme Dios de los encantadores y de sus cantores. Líbreme de los que me indican que "tengo que" conocer este verano a no sé cuánta gente que no me interesa lo más mínimo. Con eso de que hemos estado encerrados, restringidos, reprimidos y cercados, la de gente que está organizando saraos de gente encantadora. Yo me quedo con la mascarilla aunque Sánchez la quite. A este paso echo de menos el estado de alarma. Qué hartura.

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