Andalucía silenciosa

Cuesta luchar contra la tendencia a anclar en compartimentos estancos el pensamiento, la crítica y la creación

En cuanto a ilusiones políticas España entera anda bastante desmantelada. Entre unos y otros han logrado que el discurso de los partidos ni entusiasme ni sea creíble. Sólo la llamada al odio del tam-tam de las tribus nacionalistas moviliza a los suyos. Pero precisamente por eso, porque el momento es difícil, la depresión ha calado y escasean las ideas, podría ser oportuna algún tipo de iniciativa andaluza. No tanto institucional, porque ya se percibe que La coalición gubernamental permanece más bien encapsulada en San Telmo, reducida a no equivocarse en la gestión cotidiana de las administraciones públicas. Pero existen otros foros, centros e instituciones que podrían atreverse a tomar la palabra, a difundir opiniones, a realizar una labor de crítica y propuestas en esta desanimada hora española. Pero ese hábito tan necesario -estar presente, en la vida pública, en momentos como estos, proponer ideas, difundirlas- ni funciona en Andalucía ni cuenta con medios ni se vislumbra voluntad de establecerlos. Y menos mal que, cuando menos, ese indispensable papel lo cubre en parte la prensa. Pero hay poco más.

Sin embargo, si se mira el potencial histórico, social y cultural de Andalucía, sorprende que apenas se oigan voces procedentes de esos espacios, llamémosles civiles, en situación nacional tan complicada.. Por ello, hay que hurgar, una vez más, en esta atmósfera silenciosa, retraída, que muestra la aventura del pensamiento en Andalucía. Porque en estas tierras existen cientos de foros, fundaciones, observatorios, departamentos universitarios, seminarios, grupos de investigación y centros culturales llenos de vida, en los que bullen preocupaciones, datos, ideas, libros y propuestas. Pero debido a una desdichada querencia que se arrastra quizás desde los viejos reinos de taifa, toda esa producción queda aislada, sin cobrar cuerpo colectivo, sin apuntarse a un esfuerzo común de propagación. Cuesta luchar contra esta tendencia andaluza a anclar en compartimentos estancos la aventura del pensamiento, de la crítica y de la creación. En todas estas décadas democráticas anteriores no se ha logrado constituir una sociedad que salte por encima de comarcas y lindes provinciales y establezca un mínimo de engranaje y articulación. Los partidos políticos en el poder no han sabido o no se han arriesgado a vertebrar unas opiniones públicas cuyo resultado desconfiaban controlar. Y continuamos, a estas alturas, sin contar con un ágil cordón umbilical que airee y haga públicas las formas de pensar circulantes a lo largo y ancho de Andalucía.

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