Ángel Campos

Los conocimientos en sí mismos tienen un valor que ya merece sin más el esfuerzo y la asistencia

Tras mis dos últimos artículos, me va a salir una trilogía educativa, llevado de una mano por la rabiosa actualidad y, de otra, hoy, por el tierno presente. Ayer pusimos una placa en el IES en recuerdo de un alumno que falleció recientemente, tras larga enfermedad. Se llamaba Ángel Campos, era jubilado y estudió con nosotros dos ciclos, dos, de formación profesional. Mientras repasaba las causas de sobra para rendirle ese homenaje, vi que convenía dejarlas por escrito. Como Ángel Campos había sido policía nacional, y había estado involucrado en el episodio de la detención de Santiago Carrillo y su peluca, y había sufrido (y repelido) un ataque terrorista, su vida se merece otro obituario más excitante. Este artículo se concentra en el estudiante.

La primera razón de su placa es que Ángel representa a todos los alumnos. Está bien que conste que no son clientes de un servicio público o, al menos, no sólo eso. Los alumnos son parte esencial de la comunidad educativa. Y si un profesor se merece a menudo un recuerdo o un homenaje de sus compañeros, también un alumno, y los padres igualmente. La placa, pues, recuerda qué es un instituto, y quiénes lo conforman.

El caso de Ángel es, además, muy significativo, porque no estudiaba para encontrar un puesto de trabajo ni para labrarse un porvenir. Era el estudiante puro, por el placer de aprender, la felicidad de aprovechar su tiempo y el gusto de colaborar. Naturalmente los jóvenes están preocupados con su futuro, y hacen bien. Pero era estupendo tener tan a la mano un recordatorio de que los conocimientos y las prácticas tienen en sí mismos un valor que ya merece sin más el esfuerzo de la asistencia, del estudio y del esfuerzo. Una gran mejora educativa sería poner en cada clase un Ángel. Para que diese, con la fuerza del ejemplo, la lección del valor autónomo del conocimiento.

Lo digo porque ¡vaya si se notaba la presencia de Ángel en una clase! No es lo mismo que un profesor explique la importancia de cualquier asunto que un compañero -con todo su prestigio horizontal y complicidad diaria- lo corrobore. Se podría decir que él era un profesor de la secreta. La actitud, la disciplina, el interés iban de suyo si Ángel estaba allí, y no porque él vigilase a nadie, sino porque contagiaba a todos. Bastaba su presencia para que una clase fuese buena. Sabemos que bastará su placa y nuestro recuerdo para que el IES sea mejor.

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