La tribuna

giner Iglesias

Anímese, hay alternativa: del rigor a la esperanza

Son dos fundamentalmente las teorías económicas que están guiando a los distintos países y líderes políticos mundiales en su quehacer diario. En nuestra opinión, la defensa de una u otra está basada en planteamientos ideológicos que obedecen a indudables intereses económicos. Una de ellas, sobre la base de que lo importante es la inflación, defiende el previo saneamiento de la casa, pago de deudas y reducción al máximo del gasto; mientras que la contraria, partiendo de que lo prioritario es el empleo, defiende un cierto nivel de inversión para incentivar a la economía y poder así hacer frente al posterior saneamiento.

La primera visión sirve, básicamente, a los intereses de los especuladores financieros, de los centros financieros mundiales -como la City de Londres o Wall Street-, de los grandes bancos acreedores -alemanes y holandeses, entre otros-, y es defendida, en plan prepotente, por una protestante alemana, puritana y fundamentalista, criada en las estrecheces ideológicas y vitales de Alemania del Este, una Alemania del Este a la que, en mala hora, el canciller Kohl decidió tratar de igual a igual en el proceso de reunificación. ¿Se les ha ocurrido pensar en que, a lo mejor, estamos, ahora, pagando a los alemanes, entre todos los europeos, los costes de la Alemania unida?

La socialdemocracia ha sido históricamente partidaria de la segunda opción. El premio Nobel de Economía Paul Krugman nos reconfortaba al comentar errores de cálculo en los argumentos que soportan a la primera de ellas (¿Puede un error en una hoja de cálculo haber destruido casi por completo la economía de Occidente?). Nosotros no sólo hacemos cálculos: luchamos por nuestras creencias y deseamos que, al menos, sepan todos que existe otra posibilidad, que hay otro camino menos penoso que el actual.

Pensamos que Angela Merkel no nos lleva por buen camino en su empeño de que le paguemos a los bancos alemanes todo el dinero que prestaron en tiempos de bonanza económica. Cuando hay problemas generales en una familia, en una empresa, o entre países, son deudores y acreedores los que deben arrimar el hombro, y no sólo los primeros. Cuando las deudas alcanzan un nivel que hace inviable la vida, a corto plazo, de una empresa, el propio Derecho capitalista ha creado la figura del concurso de acreedores, con sus convenios y sus quitas correspondientes.

¿Por qué no una quita global de la deuda? Todo el mundo tiene que dejarse algún pelo en la gatera de la crisis, al servicio de los intereses de todos los sectores afectados, como dicen todas las leyes concursales. Si esto no fuera así, el resultado, a escala planetaria, sería que para salir de una crisis económica, cuyo origen está precisamente en el deslizamiento de la economía productiva hacia la economía especulativa, en los fallidos y burbujas correspondientes, toda la sociedad se empobrecería, al servicio de los beneficios de los bancos y en ayuda del predominio del capital financiero internacional. En el corto plazo, se obtiene el resultado de reducir el déficit, pero a costa de la destrucción de una parte muy importante del tejido productivo, como desgraciadamente ha ocurrido ya en Grecia y Portugal y está ocurriendo en Italia y España, y a costa de una disminución drástica de la calidad y el nivel de vida de millones, y millones, y millones de seres humanos.

No podemos dejar al poder financiero que dicte las normas. El poder político debe controlar al financiero. Además de maximizar la ganancia existen otros objetivos que los verdaderos políticos deben primar sobre el que los normativos económicos imponen en sus actuaciones.

Pensamos que los políticos europeos y españoles han de optar por aumentar el gasto y facilitar el crédito, para crear empleo. Sólo si se crea empleo y riqueza se podrá ahorrar para pagar las deudas. Si se destruye empleo, se crea miseria y no se pagará, nunca, lo se que debe. Y por favor, que la creación de riqueza a la que se apoye sea sostenible. No se deprede nuestro hábitat, no se saquee al tercer mundo, como pasa desde siempre.

Ahora bien, no todo consiste en aumentar el gasto y en facilitar el crédito. Piénsense, acuérdense y háganse, ahora y ya, las reformas estructurales, de las que tan necesitados estamos, al objeto de ahorrar en la parte de gasto inasumible. Elimínese lo innecesario (dobles administraciones, instituciones redundantes, empresas públicas que compiten con privadas, etc.) y refórmese lo que puede funcionar mejor (control del fraude, sanidad, educación, administración pública, etc.). Y hágase todo eso, con acuerdos políticos, ahora y ya, aun cuando la situación económica sea mala.

Refórmese, sí, pero con especial atención y cariño en aquellas parcelas que cubren un mínimo de protección social al ciudadano. No se traspase al ámbito privado lo que desde lo público coopera a conseguir bienestar para todos. No se privaticen ganancias para luego socializar pérdidas. Refórmese y exíjase que lo público funcione y que se requieran responsabilidades a los que incumplan sus deberes. Defendamos una protección social tan consustancial a nuestro proceder que ningún gobierno tenga que hacer de ello una política. Tenga esperanza, que hay otro camino y personas que lo defienden.

Se puede. Hay que pasar del rigor a la esperanza, como le ha dicho, a toda Europa, Enrico Letta, el nuevo primer ministro italiano, De izquierdas él, por cierto.

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