Entre paréntesis

Rafael Navas

rnavas@diariodejerez.com

Nosotros, Año I

Parece claro que después de la fecha del 14 de marzo de 2020 (sí, el 2020 existió) habrá siempre un antes y un después. Muy pocos sospechaban (y si algunos lo sabían se callaron) que aquella despedida del día anterior de familiares, amigos, compañeros de trabajo, estaría seguida de un gran apagón. Y, de repente, sí, de repente, tantos planes de vida se frustraron o, en el mejor de los casos, se congelaron. Hay tantos 14 de marzo, tantos estados de alarma, como personas. Desde entonces hemos conocido y seguimos conociendo historias de todo tipo: trágicas, de superación, de desesperanza y de optimismo. Una de las pocas previsiones que acertaron en aquellos días de marzo fue la de que la pandemia sacaría lo mejor y lo peor de las personas. También que aprenderíamos muchas cosas. Como por ejemplo a valorar más lo más simple, desde dar un paseo por la calle a tomar un café en un bar o bañarnos en la playa, auténticos lujos que el ser humano trata de retener ahora para siempre. Y es posible, qué duda cabe, que con el paso del tiempo y la vuelta a la normalidad de antes, un día lo acabemos olvidando otra vez.

Pandemia, estado de alarma, confinamiento, anti-Covid, cierre perimetral, aplausos, balcones, actividad esencial, desescalada, tasa de contagio, fases, niveles, vacunación, incidencia, EPIs, restricciones, aforo limitado, aerosoles, mascarillas, PCR, antígenos, gel hidroalcohólico, distanciamiento, videollamada, teletrabajo, cancelación, cierre, ERTEs, plan de resiliencia, fondos europeos... Hemos introducido en nuestro lenguaje diario estas y otras palabras que forman parte ya del diccionario de un nuevo tiempo en el que no se habla de otra cosa y todos, todos, somos expertos a la hora de vaticinar, como con el fútbol, lo que ha pasado o va a pasar.

Sin embargo, transcurrido un año, que en la Ciencia es menos que un segundo, todavía seguimos peleando contra un enemigo invisible del que seguimos desconociendo muchas cosas y no sólo no hay que bajar la guardia sino que hay que extraer la lección de que hay que invertir más en investigación, en medios materiales y humanos y en mejores tratamientos. Porque esto no ha terminado y porque mañana (Dios no lo quiera) pueden venir nuevas amenazas. Se lo deben nuestros representantes públicos a tantas miles de personas que han fallecido o sufren los efectos de la pandemia y a sus familiares. Se lo deben a tantos sanitarios que un año después apenas si han podido descansar y a tantas víctimas colaterales desde el punto de vista económico que no tienen un horizonte de vida.

Pero, como estamos viendo, a pesar de las evidencias, tenemos políticos más preocupados por mantener el sillón, otros encantados de ver cómo en plena crisis sanitaria se incendian las calles, se atenta contra las fuerzas de seguridad y lo justifican, y otros que desde hace un año sencillamente no han dado un palo al agua.

No hay nada que conmemorar ni hemos llegado a meta alguna. Esperemos que, a pesar de tanta irresponsabilidad, la vacuna nos traslade al final de esta pesadilla.

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