Antídotos

La vida casi nunca nos da lo que esperábamos, pero los humanos hemos desarrollado antídotos eficaces

A José Luis, su amigo el padre Damián, le decía que la "institución familiar estaba cambiando", que no se pusiera nervioso y que todo volvería pronto por su cauce; que la Iglesia católica y con ella la mayor parte de la sociedad llevaban más de dos mil años funcionando de una determinada manera y que si algo duraba tanto, "por algo sería". Pero a José Luis, jubilado prematuramente de los servicios de personal de uno de los grandes bancos, feliz y aburridamente casado con María maestra de un colegio privado; y padre de dos hijos en edad universitaria; la explicación no le tranquilizaba. Cuando fue joven soñó con tener una vejez diferente. Sus padres serían entonces unos longevos viejecitos en paz consigo mismos, que se cuidarían entre sí. Él viajaría con María descubriendo las bellezas del mejor país del mundo, España. Los fines de semana sus hijos les visitarían acompañados por sus nietos y comerían todos juntos felices y en perfecta armonía. Sin embargo, la vida te sorprende y las cosas no eran así.

Su madre murió producto de una negligencia médica que le amargó y le hizo perder tiempo y dinero. A su padre, desde aquello, le dio por apuntarse a todos los movimientos vecinales o defensores de causas perdidas. Cerca de los noventa años, vestía como un adolescente, tenía una novia de cuarenta y pasaba sus últimos días entre asambleas y manifestaciones. Su mujer continuaba trabajando y prefería ver series turcas en Antena 3, a salir a pasear con él. Llegaba cada día más tarde a casa tras el trabajo, y José Luis sospechaba que había conocido a alguien. Su hijo mayor consumía los días jugando a la Play Station y votaba a Vox pese a haberse criado en una familia escorada hacia la izquierda. El pequeño era gay y militaba activamente en la defensa de los derechos de la comunidad LGTB. Los dos vivían por su cuenta y entre ellos ni se hablaban.

Así que José Luis estaba solo y su mejor amigo era el párroco con quien jugaba al mus los viernes a la tarde. Desilusionado, se había convertido en un descreído sin remedio. Pensaba que la vida, cualquiera, siempre decepciona porque lo único seguro es que no saldremos vivos de ella. Así que decidido a no dejarse llevar por la tristeza, compró el televisor más grande que pudo y varias cajas de la mejor de las cervezas, porque estaba a punto de comenzar el Mundial de Fútbol. La vida, pensó, casi nunca nos da lo que esperábamos de ella, pero a cambio los humanos hemos desarrollado antídotos altamente eficaces contra los desengaños. Y así, vamos tirando.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios