Han pasado casi dos semanas de la celebración de las elecciones andaluzas y les aseguro que no voy a ser yo el que se ponga a analizar o comentar los resultados. Demasiados análisis y comentarios ha habido en la prensa, en la radio y en la televisión, que nunca esta tierra había sido objeto de una atención tan pormenorizada y prolongada por parte de los medios nacionales. Sin embargo, sí voy a coger al vuelo un hecho aislado que llamó mi atención en los días posteriores. Se trata de las manifestaciones antifascistas, algunas con un alto número de participantes, que se esparcieron por las capitales andaluzas, también en otras ciudades como Jerez, entiendo que como protesta por la entrada de una formación de ultraderecha en nuestro parlamento. Me podría parecer muy bien esa forma de manifestar rechazo, pero me temo que era a su vez bastante, si no absolutamente, inútil. Demasiado tarde. Esa entrada es consecuencia de unas elecciones en las que ha existido una alta abstención, es decir que ha habido mucha gente que no ha ido a votar. No sé cuántas de las personas que se manifestaron habían ejercido su derecho al voto, pero me temo -es solo una impresión- que no fueron muchas. De lo contrario otro hubiese sido el resultado: no hay más que leer el excelente análisis de E.M. Cañas de los votos por mesas y distritos jerezanos publicado en este mismo Diario. Pensaba esos días que una de las cosas en las que hemos fallado es en transmitir a las nuevas generaciones el mensaje de que la democracia, y las ideas en general, se defienden en las urnas. También en la calle cuando es necesario y, sobre todo, cuando faltan libertades o se recortan derechos. Tiempo habrá quizás de hacerlo, pero antes estaban las urnas. De nada sirve llorar por la leche derramada, me decían de pequeño.

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