Jerez es tierra ceremoniosa. Ya tienen que ser solemnes aquí las tradiciones para que sea rara la procesión que acabe en bronca, a chillidos en medio de la calle, o con el señor obispo vapuleado por unos alborotadores. Sin embargo, esta semana sí que acabó así una procesión: a grito pelado en la misma catedral y con un obispo zamarreado entre varios cargadores, que por aquello de llevar a cuestas los pasos, suelen ser personas, si no hercúleas, tirando a corpulentas.

Ignoro las razones por las que unos costaleros pudieron enfrentarse a un obispo (que tiene tratamiento de "Excelencia Reverendísima"). Pero dando por hecho que el motivo del desencuentro no debía de versar sobre si las tesis de san Agustín son más adecuadas a los tiempos modernos que los enfoques de santo Tomás, entiendo que estos episodios de tensión callejera -más cercanos a las liturgias del botellón que a los oficios cuaresmales- deberían hacernos reflexionar a todos.

Y es que ante estas cuestiones no debemos permanecer de brazos cruzados. El episodio, siendo bochornoso, no deja de tener un enorme interés antropológico, sobre todo para los forasteros que visitan nuestra ciudad. Los turistas, sin duda, disfrutan con los tópicos que ofrecemos, pero también saben apreciar la espontaneidad latina, y más cuando brinda este tipo de espectáculos tan raros para quien practique, por ejemplo, el rito anglicano o profese alguna variante del budismo.

En un momento en que el turismo es nuestra principal industria, habría que aprovechar este lance (en el que todo un obispo fue zamarreado por cofrades sin control) para plantear la celebración de un festejo conmemorativo que sacara provecho comercial a algo que, si no lo remediamos, podría quedarse en una simple anécdota.

Si sabemos organizarlo, en cuanto se corriera la voz, vendrían entusiasmados, de todos los rincones de España, a la Fiesta del Zamarreao. Igual que existe en León la procesión de Genarín (en honor de aquel tarambana que murió atropellado por un camión de la basura) y en Villanueva de la Vera sacan al Peropalo (que es un pelele al que ajustician los vecinos para regocijo de quienes asisten a su carnaval); igual que en Buñol celebran esa catarsis hortofrutícola mundialmente conocida como la tomatina, ¿a qué estamos esperando en Jerez para atraer a miles de visitantes gracias a una fiesta en la que un monigote caracterizado como obispo pudiera ser zarandeado por una multitud enloquecida?

Sin intentar hacer sombra a la Feria del Caballo, que siempre representará mejor el señorío de esta tierra sin igual, cada primer lunes de marzo se podría celebrar la procesión del zamarreao para brindar a la gente una oportunidad de liberar tensiones, de pasar un buen rato con los amigos zurrando al muñecote y abucheando al poder establecido, según bajara su imagen por la calle Aire: una oportunidad para demostrar que aquí en el sur también sabemos fabricar tradiciones de las que suscitan interés en el mundo entero por lograr unir, de manera milagrosa, lo divino y lo profano. Para que nada falte.

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