Se escucha a todas horas. La izquierda se ha apropiado del feminismo. La derecha se ha apropiado de los símbolos de España. Los nacionalistas se apropian de la lucha obrera… Y así. Entonces es cuando más se nota que todo eso del diálogo y de la reconciliación es una monserga, y que las ideas políticas hay que adquirirlas igual que los calcetines: en lotes inseparables.

Para dar fe, se han presenciado debates realmente entretenidos a cuenta de las manifestaciones feministas del pasado viernes. Como en el terreno de juego solo había un balón -el de la igualdad entre mujeres y hombres-, la lucha por llevárselo y colarlo en la portería contraria fue la mar de vistosa: casi todos los partidos quisieron competir por ver cuál de ellos representaba al feminismo fetén, al auténtico feminismo con denominación de origen patanegra.

Hemos visto enfrentarse, por ejemplo, un feminismo de corte liberal contra un feminismo de inspiración anticapitalista. Hemos visto un feminismo más bien de barricada contra otro que tira más a feminismo de salón; de manera que incluso en esta causa a favor de las mujeres se han querido marcar distancias para que no hubiera intrusismo, porque nunca será igual defender a las mujeres llevando tacones y minifalda que vistiendo un poncho (como tampoco será igual vivir el feminismo desde una perspectiva vegetariana que vivirlo comiendo a base de perritos calientes.)

Por eso mismo, para marcar distancias, en la convocatoria de la huelga general del viernes pasado, además de reivindicar mejores salarios para las mujeres y de denunciar las atrocidades de la violencia machista, se invitó a los asistentes a no consumir en las tiendas, dando a entender que la liberación de la mujer no casa bien con salir de compras.

Habrá quien se pregunte qué tendrá que ver una cosa con la otra y qué culpa tendrá la que trabaja como dependienta en una librería de todo este laberinto. Se entiende que no encaje mucho ser antitaurino y tener un abono para la feria de San Isidro (o ser monja de clausura y querer compaginarlo con un trabajo de azafata en Iberia.) Pero ¿ir de tiendas puede en este siglo ser algo que vaya contra la igualdad? Si no es incompatible ser comunista y millonario, o albañil y de derechas, ¿por qué no iba a haber feministas que estén contra el aborto o a favor del Chanel nº 5?

Es verdad que la producción de ideas políticas se parece bastante a la fabricación del hormigón armado y que, cuando fragua la mezcla de esas ideas, ya no hay forma de ablandar el mazacote. Pero convendría publicar un manual para los que andamos despistados y queremos saber, por ejemplo, si -aparte de que aquello de salir de compras es machista a más no poder- cuáles son los estampados que benefician a la lucha a favor de los derechos de la mujer, o qué dieta es aconsejable para no meter la pata en una sociedad igualitaria, o a qué playas se puede ir sin estar fomentando el hetero-patriarcado. Porque a lo mejor nos creemos muy progresistas y en el fondo no tenemos ni idea.

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