Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Aristocracia

Qué tentación la de considerar la democracia un instrumento no ya incompleto, sino peligroso

La playa amaneció ayer convertida en un auténtico vertedero dado que los celebrantes de la Noche de San Juan no habían tenido reparo en dejarlo todo hecho unos zorros, y recordé aquella expresión con la que Lou Reed se refería a sus compatriotas: "Algún día verán la playa llena de ratas y se quejarán de que no pueden nadar". Leo que hay ya varias televisiones negociando entrevistas con los desgraciados de La Manada mientras en Italia Matteo Salvini utiliza la expresión "carne humana" para referirse a los inmigrantes. La masa que en toda Europa vota y sigue dispuesta votar a partidos racistas, populistas, nacionalistas y excluyentes, esa población vieja, fofa, obesa, tarada, la que no quiere ver mendigos en la acera cuando va al gimnasio, la que considera que todo debe estar a su disposición y que todo debe darse según su capricho, aquí y ahora, o si no correrá la sangre, preparaos castellanoparlantes, judíos, negros de las pateras, pobretones y demás escoria, no pararemos hasta que os hayáis ido, aumenta hasta constituirse en ciudadanía. Y entonces uno piensa, ¿de verdad tenemos que dejar el poder en manos de esta gente? Qué tentación la de considerar la democracia un instrumento no ya incompleto, sino peligroso. Cómo no preferir el gobierno de quien sabe. La aristocracia que quiso Platón para los griegos.

Algo sabemos de esta misma tentación en la anciana Europa. La que llevó a muchos a abrazar a dictadores criminales convencidos de que aquello que llamaban pueblo era un monstruo mucho peor. Cuando María Zambrano advirtió en La agonía de Europa que el continente estaba abocado a la tragedia como identidad ética y política estaba escribiendo sobre el siglo XX, pero también sobre el siglo XXI. Eso sí, la propia María Zambrano brindaba ya la alternativa, la única posible: no esperar un gobierno de los mejores, sino constituir una democracia sostenida en una ciudadanía que sí pueda reconocerse a sí misma como aristócrata. Y la única herramienta de que dispone la especie humana para conseguirlo es la educación. Pero la educación de verdad, no la formación de peones anhelada por tecnócratas ni la armada para la satisfacción estomacal del cliente: me refiero a la educación asentada en el criterio de que los objetivos requieren esfuerzo, y de que únicamente podemos aspirar a objetivos nobles. Que ni el antojo ni la revancha sirven en el juego. Que no sabemos nada y sólo cabe aprender.

De modo que por cada céntimo no invertido o mal invertido en educación tenemos ahora a un racista abúlico e idiota pidiendo más fronteras. Hagan las cuentas. Es gratis.

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