En 1992, hace veinticinco años, Leonard Cohen publicó un álbum que incluía la canción The Future. Los años 90 fueron años de optimismo y de alegre irresponsabilidad. Acababa de caer el Muro de Berlín, el comunismo se había derrumbado como un castillo de naipes, China empezaba a despegar, en Europa se vivían tiempos de bonanza económica y el politólogo Fukuyama anunciaba el fin de la historia. Parecía que a partir de aquel momento el mundo iba a ser un lugar tranquilo, sin guerras ni enfrentamientos graves, sin problemas económicos, sin amenazas de ningún tipo. El capitalismo y la democracia habían ganado. Todo en orden.
Pero esa canción de Leonard Cohen, que tenía una letra muy hermética, era sombría y hasta cierto punto apocalíptica. No hablaba de amor ni de carnalidad; hablaba de Stalin y de San Pablo, hablaba del aborto y del sexo anal, hablaba de una ventisca que había destruido el orden del alma. Hablaba del asesinato ("He visto el futuro y es un crimen"). Y hablaba, también, de que nuestra vida privada explotaría de repente y alguien tendría el control absoluto de nuestras conciencias. Y sobre todo, esa canción incluía un estribillo que sonaba de forma siniestra a pesar de que lo entonaba un coro de bellas voces femeninas: "Arrepiéntete, arrepiéntete, arrepiéntete".
Leonard Cohen nunca escribió textos políticos, pero esa canción fue una profecía. "Arrepiéntete, arrepiéntete, arrepiéntete". ¿De qué? Da igual de lo que sea, porque todos hemos dicho o hemos hecho algo que pueda ser considerado improcedente. Al desaparecer la vida privada, al desaparecer el territorio de la intimidad y de la conciencia individual -que debería ser inviolable-, todo cuanto hacemos o decimos puede ser escrutado y malinterpretado y convertido en una acusación contra nosotros que se airee a los cuatro vientos. "Arrepiéntete, arrepiéntete, arrepiéntete". En 1992 escuchábamos esas palabras como una especie de incomprensible paranoia por parte de un artista que se estaba haciendo viejo y que ya no entendía el mundo en el que vivía. Pero ahora sabemos que Leonard Cohen tenía razón. Ya vivimos en ese futuro en el que nadie tiene derecho a la intimidad y en el que todos podemos ser acusados de haber hecho cualquier cosa, sea verdad o sea mentira: "Arrepiéntete, arrepiéntete, arrepiéntete".
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