EL centro de operaciones supeditado a lo que marca el discurrir de los hechos. Ciudades adormecidas según el devenir de los acontecimientos. Zonas calientes. Zonas desoladas y vacías. Limites acotados para el paso. Ruidos cargados de ansiedad. Regueros de personas en busca de una salida. Gente amontonada en busca de un lugar seguro donde cobijarse. Aglomeraciones de extraños que acaban teniendo mismos objetivos. Estructuras a modo de tiendas de campaña como última alternativa. Las estrellas del firmamento como testigos. Conversaciones con pobre recorrido. Miradas de esas que matan, que se preguntan sin palabras o que piden respuestas anónimas. Relaciones entre personas que se centran en lo más superfluo. Martilleo de sonidos repetidos. Tímpanos destrozados.

Luces y sombras por igual. El calor, el viento o el frío como compañeros inseparables. El sol abrasador como testigo diurno de la vida. La luna y la noche como pócima relajante de días interminables. Miedo al día de mañana y ganas de disfrutar del momento. Reuniones familiares a modo de últimas cenas. Juegos improvisados en medio de la nada. La risa de un niño inocente, la testosterona de jóvenes y la madurez de la edad adulta. La ternura de alguna que otra imagen para el recuerdo. El reencuentro con alguien al que se tenía olvidado. Grupos anónimos que sirven de autoayuda. Selfies, imágenes impactantes y documentos virales llenando páginas y páginas de redes sociales.

La lucha mental por el aguante físico ante la falta de fuerzas. Cuerpos hacinados. Gargantas afónicas. Estómagos destrozados. Pies castigados. Manos atrevidas y llenas de misterio. El sudor y el olor corporal como paradigma de la dureza de la existencia. El aseo y la higiene supeditados a las condiciones higiénicas. Tan real como la vida misma. No estamos hablando de alguna que otra ciudad de Ucrania o de un campamento de refugiados en medio Oriente sino de la Feria.

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