HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Atajo democrático

E l Día Internacional contra la Corrupción es un recordatorio conveniente pero se presta a confusión. Se debió instituir para África, donde la corrupción es sangrante, en sentido literal, por lo menos desde las independencias prematuras, y mata a la gente, en el sentido de quitarle la vida en interminables guerras o de hambre, o de ambas maneras. La riqueza de la mayor parte de los mandatarios africanos es escandalosa por contraste con la pobreza miserable de los mandados. La jornada se instituiría para todo el mundo una vez que los políticos europeos perdieron la vergüenza. La posibilidad de corromperse es internacional, pues la especie humana es única y la misma en todas partes. La confusión vendría por el amplio sentido que tiene la corrupción: se corrompe un alimento, una lengua, un cadáver, unas costumbres o todo a la vez, como ocurre en los enfrentamientos tribales africanos. La corrupción política europea es más fina: no está la podredumbre a ojos vista, sino escondida en las oscuridades interiores.

De vez en cuando salen a relucir ríos de oro que han pasado a manos particulares por influencia política. No es causa de escándalo entre los europeos, y mucho menos entre los españoles, sino más bien un ejemplo a seguir en cuanto haya ocasión de hacer lo propio. El corrupto no es un delincuente a quien se le cierran las puertas de la sociedad, sino un listo que ha tenido la habilidad de prosperar, como haríamos todos en sus circunstancias. La única amenaza real que pesa sobre él es la envidia. El deseo de los bienes ajenos es tan natural en el hombre y en algunos primates que desde antiguo está en el Decálogo, el código moral de nuestra tradición. Es más, los antropólogos creen que sin envidia la especie humana se hubiera estancado. La moral popular, por su parte, admite y da fueros a los cargos públicos para enriquecerse, avalados por la afirmación de una ministra de infeliz memoria: "El dinero público no es de nadie."

En los años del paso de la dictadura a la democracia las ambiciones estuvieron al servicio de las ideas, pero pronto las ideas se pusieron al servicio de las ambiciones. La ambición no es mala en sí, todo depende del conocimiento aproximado que se tenga de sus límites. Por otro lado, hay una fe democrática popular no basada en la razón sino en sentimentalismos enquistados: si en unas elecciones democráticas no acceden al poder candidatos pertenecientes a los sectores ínfimos de la sociedad, ideas antidemocráticas han influido en los votantes. Como para ser elegido no hace falta mérito alguno ni saber de nada, el camino más rápido para la fortuna es ser candidato y tener suerte. Después de todo, la democracia defiende los derechos de los pobres, y qué mejor defensa que permitirles el acceso a la riqueza por el atajo de la política. La crisis mete prisa y no estamos todavía en África. También los pobres tienen derecho a hacerse ricos.

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