HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Ateísmo, otra moda

Declararse ateo es moda en España, no convicción, lo mismo que lo fue en los años 40 del siglo pasado hacer gala y ostentación de catolicismo practicante. Las modas, aunque lo parezcan, no responden a realidades sociales, sino a modas, pues en caso contrario no pasarían de moda con tanta rapidez. Las realidades sociales, formadas sobre todo por las costumbres y la manera de vivir, son mucho más estables, cambian con lentitud y nunca hacia novedades desconocidas en el ser humano: la gente se sigue enamorando, teniendo hijos y queriendo y protegiendo a su familia igual que siempre. Isabel la Católica hizo gran duelo por la muerte de su hijo el infante don Juan, como ahora, con la única diferencia de que la moda del luto era otra. Las modas son anécdotas y accesorios de la vida principal y tienen su renta social: la de ser aceptado por mayor número de personas o la de obtener ciertas facilidades para el medro. La política se ve obligada a seguir la moda; pero la inteligencia, no. Los seguidores de las modas sufren con el tiempo nostalgias añadidas.

El ateísmo, decíamos, es una moda y, como tal, no es respetable. Hay ateísmos respetables que no se dejan llevar por la moda ni los domestica el interés, no fáciles de encontrar por darse sólo en individuos de muy alto nivel intelectual, silenciosos en cuestión tan íntima, y atormentados en ocasiones por esta causa. Han llegado a esta intuición, más que conclusión, por evolución del pensamiento, o bien porque nunca sintieron inclinación religiosa alguna, ni vieron la necesidad de preocuparse por un asunto que no era parte de las inquietudes de su vida. En ninguno de los dos casos hacen una religión del ateísmo, ni mucho menos proselitismo, ni política ni propaganda, ni bandera ni ostentación, por considerar todo lo anterior de mal gusto, como sacar intimidades a relucir. Suelen ser, no sólo personas respetables, sino respetadas y, ellas a su vez, son respetuosas con las creencias religiosas. Son gente antibárbara y antifanática, y obispos y abades, cosmólogos y teólogos se honran con su amistad.

Hay un ateísmo religioso que no se entiende sin sus servidumbres políticas. Al revés que los anteriores, llega por pereza mental y tiene sus predicadores y teólogos que piensan por los demás. Es una religiosidad cómoda de vivir porque ni siquiera necesita de la fe, en todo caso de una fe en promesas terrenales inalcanzables. Se parece algo a la religiosidad de las sectas satánicas, pero sin el consuelo de tener al Mal de su parte. Su conciencia del Mal es muy parecida a la de los creyentes: la ausencia del Bien. Una religión en toda regla sin haber leído a Holbach o Meslier, quienes por lo menos se tomaron el trabajo de argumentar, y sin haber oído nunca las palabras del sabio: Lo importante no es creer o no en la existencia de Dios; lo importante es que Dios exista.

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