Autoridad y potestad

El poder sin la autoridad termina, antes que tarde, dando en despotismo y arbitrariedad

Vemos cuánto es capaz de hacer Sánchez por el poder… Los vídeos en que decía pestes de su socio del alma de gobierno no hay que buscarlos en las hemerotecas. Basta darle atrás un poco al hilo temporal de YouTube… y te salen. Son de hace días. Cunde la sospecha de que era relativamente más sincero entonces que ahora con el abrazo, pero casi da igual porque su descrédito intelectual y moral es de campeonato.

Tenemos un presidente en funciones capaz de decir, hacer, prometer una cosa y la contraria sin solución de continuidad. Sin autocrítica tampoco: porque nos ha tenido sin gobierno y ha convocado elecciones para no hacer justo lo que ha hecho inmediatamente en cuanto vio de lejos la posibilidad de tener que asumir su fracaso y dimitir. Las elecciones nos han costado unos buenos millones de euros y que lo viésemos a él gacho e impreciso en el debate.

Con esta trayectoria, que podía detallarse más si no fuese porque da vergüenza ajena, parece que va a conseguir el poder. Por supuesto a un precio altísimo económico e institucional, que vamos a pagar nosotros. Algunos pensarán que con eso ha vencido, porque se ha salido con la suya. Qué va. Una cosa es el poder, o sea, la potestad, que es tener el gobierno, y otra, la autoridad, esto es, el prestigio social, el respeto de todos y la categoría humana imprescindible para ejercer ese poder con legitimidad. Me temo (y lo temo por España) que Pedro Sánchez, en vista del proceso que hemos contemplado los españoles y de sus promesas, ha llegado con muy poca autoridad o ninguna, aunque vaya a gozar de la potestad del cargo de La Moncloa, con permiso de su otrora archienemigo Iglesias. Tener a un presidente de gobierno tan desprovisto de autoridad resulta gravísimo.

"¿Qué se le da a él, en mandando?", podrían preguntarme. Supongo que, en efecto, a él, que no parece ser muy consciente de que existe esa otra cosa que se llama autoridad, lo que le importa es el poder. Sin embargo, la experiencia multimilenaria de Occidente tiene más que contrastado que el poder sin la autoridad termina, antes que tarde, dando en despotismo y arbitrariedad. Con esos mimbres, en una democracia con sus garantías y contrapesos, cuesta mucho mantenerse. Además, durante el tiempo en que uno se mantiene, como falta el ingrediente elevador de la autoridad, el gobernante se pasa el día imponiendo una potestad que se le deshace de noche entre las manos.

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