DE entrada, para que nadie se llame a engaño, tengo que confesar que desde pequeñito he tenido problemas con las matemáticas. Con la ayuda de profesores particulares pude sacar adelante la dichosa asignatura. Los grandes números, eso que los expertos llaman macroeconomía, son para mí algo críptico.

Reconocida mi ignorancia, no obstante siempre me ha interesado lo que podríamos llamar la vertiente humana de la economía, es decir, los efectos directos, también los colaterales, que sobre las personas, especialmente sobre quienes se ganan el pan con su trabajo, ejercen la evolución y los vaivenes de las estructuras económicas.

Los números sólo son meros instrumentos a los que es preciso darles calor. Y cuando mensualmente se hace pública la Encuesta de Población Activa, el calor que requieren debe ser fundamentalmente humano. Porque visto desde esta perspectiva, 19.318 es algo más que un dígito frío e inexpresivo. Tras esta cifra se encuentra un número similar de personas para las que la supervivencia diaria se convierte en tarea de titanes. Estamos a las puertas de los veinte mil parados, y por lo cuentan los especialistas macroeconómicos, esos que miran más las cifras que las personas que las encarnan, el proceso, como muy poco, nos va a durar un par de años.

En estos momentos, inevitablemente, todos apelamos al fenómeno de la globalización: la bondad o la maldad de los ciclos económicos no depende de las economías nacionales, menos aún de las locales. Quiero decir, que los alcaldes, los consejeros autonómicos, incluso los ministros o presidentes nacionales, en buena medida no son los responsables en exclusiva de las crisis económicas. Pero es también cierto que este planteamiento no les exonera de responsabilidad. Porque conviene no olvidar que esos políticos, los mismos que hoy escurren el bulto cuando se les pregunta por la crisis, hace sólo unos meses se colgaban ufanos las medallas, atribuyéndose a ellos, y a sus efectivas medidas locales, regionales o nacionales, la buena marcha de la economía. Y es que con las cosas de comer no se juega. No se puede estar buscando continuamente, en forma de declaraciones y fotos, réditos electorales, porque después pasa lo que ocurre ahora: que podemos alcanzar cifras históricas y más de uno no sabe dónde esconderse.

La política es el arte de la templanza y, por tanto, los calentones nunca son buenos. La mejor virtud del político, la más sencilla de poseer, y curiosamente la que menos se practica, es el sentido común. Precisamente la insensatez es la que hace que el paro se convierta en responsabilidad de nuestros políticos más cercanos. En lugar de preparar el terreno y abonarlo, es decir, de establecer las condiciones adecuadas para que la semilla del empleo llegado su momento arraigue, hablan y hablan como lo haría cualquier insensato. No podremos exigirles a nuestros políticos que solucionen el paro, pero sí que sean más juiciosos, más previsores, menos lenguaraces. De otro modo, a corto plazo, también ellos pueden engrosar las listas del paro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios