Enrique Gª-Máiquez

1+1+1

Su propio afán

Queda muy guay afirmar que uno prefiere las listas abiertas, pero para el Senado las usamos poco

01 de abril 2019 - 01:38

Cuenta en Twitter "Money for nothing" que, con tantos cálculos y cábalas del voto útil, habrá quien al final vote al PSOE para echar a Pedro Sánchez. Sin tanta gracia, propuse que, en vez de utilizar el miedo como medio, podríamos buscar en las circunscripciones pequeñas un remedio caballeroso: "Aquí, pase usted primero; usted, allá". Pero no veía a los partidos tan galantes.

Más sagaz, circula por las redes otra propuesta. Consiste en marcar para el Senado al cabeza de lista del PP, al de Cs y al de Vox, de modo que cada uno de ellos saque la suma de los votantes de los tres partidos. Superarían a los socialistas. Es ingenioso, quita la iniciativa a los aparatichiquis [sic] de los partidos, se la da al elector (que más nos vale) y aprovecha que para el Senado en cada provincia hay listas abiertas.

Con lo que clamamos por ellas, ¡usémoslas donde las hay! Las posibilidades son muchas. Por ejemplo, el admirable intelectual y patriota indudable José María Marco ha defendido el matrimonio homosexual, ha achacado a ese asunto la dimisión de Fernando Paz, que le alegra, y va en la lista al Senado de Vox por Madrid. Se puede estar de acuerdo con él o no, pero tal vez los votantes de Vox que prefieran una cobertura legal distinta del matrimonio para las uniones homosexuales (sin merma de su libertad) pueden, gracias a las listas abiertas, no votarle, y dejar un mensaje. O votarle, y dejar otro mensaje. La mejor de las listas abiertas es que permiten al votante una expresión afinada.

Más maquiavélica y matemática es la opción del 1+1+1. El problema de esa táctica radica en la necesidad de que todos los votantes de centro y de derecha hagan exactamente lo mismo. Has de fiarte. Ni siquiera de su palabra, porque nadie ha prometido a nada, sino de su razón. Porque no hay duda de que saldrían las sumas y, por tanto, tres grupos constitucionalistas, cuando ahora sólo hay uno. Convendría controlar el Senado, que aplica o no el art. 155. Como el Senado además apenas decide eso, hay otra ventaja: se puede votar a partidos que no convenzan del todo, sabiendo que el senador resultante sólo tendrá que estar por la Constitución. Incluso si no salen las sumas, con su voto trifálico (Delgado dixit) uno dice dos cosas. 1) Que confía en la racionalidad de sus co-votantes, aunque no sean de su estricta cuerda ideológica. Y 2) que, frente a la amenaza separatista, la unión hace la fuerza.

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