Estoy seguro de la íntima unidad, en última instancia, de los trascendentales, esto es, de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Pero en última instancia, ojo. En la vida que arrastramos a ras de reloj se presentan a menudo desgarrados, y hasta enfrentados. Sólo a medida que se asciende tienden a converger más y más. Podemos verlo bien en algunas de las imágenes más chocantes de los conflictos callejeros que exigen la impunidad de Hasél.

Los Mossos d'Esquadra retrocediendo ante el avance concupiscente de una masa crecida, voluptuosa y violenta. Pocas imágenes tan lamentables. La policía andando para atrás como los cangrejos nos recuerda que el cáncer (un cáncer social) es un cangrejo, etimológicamente. O tempo, o tempo -o cancro enorme, escribió Cesáreo Verde, angustiado por el cáncer de la temporalidad, por ejemplo. Pero lo de la policía es un cangrejo peor. Más feo y, sobre todo, más malo.

Y, sin embargo -he aquí la distorsión de los trascendentales-, la penosa imagen tiene su belleza de justicia poética en cuanto que captura, en un solo golpe de vista, uno de los males más graves de nuestra sociedad. La ley (de la Constitución a los usos parlamentarios) no hace más que retroceder, acobardada e imponente, ante las turbulencias de la turba, aunque ésta se siente en el Consejo de Ministros. ¿O acaso no se abusa del comodín del Real Decreto? ¿No se tuerce cada dos por tres la voluntad de la norma? ¿Qué van a hacer con la separación de poderes? ¿Qué se hizo del derecho a la vida para todos consagrado en la Constitución? No es sólo la policía en las calles de Cataluña la que se retira entre insultos, escupitajos, pedradas y patadas. Es nuestro ordenamiento jurídico, o sea, nuestra civilización al completo. El fuego y la furia de esas fotos son una imagen poética de una exactitud esclarecedora.

A partir de la cual, esto es, de la humillación colectiva que nos tiene que producir una policía con la porra (y la ley) entre las piernas, es cuando todo puede empezar a converger. Porque, siendo algo tan feo y tan malo, es una muestra de nuestro estado verdadero, y la verdad, aunque escueza, siempre es mejor que el engaño. Entre otras cosas, porque es el camino ascendente para remediar y sanar, dando un paso adelante, ese cáncer enorme de una sociedad que anda para atrás. Y luchar contra esto que vemos en toda su supuración es bueno. Y tal y como están las cosas, hasta épico.

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