LA TORRE DEL VIGÍA

Juan Manuel / Sainz Peña

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CUANDO la desgracia de los demás aflora por las circunstancias que se dan en la vida (llámenlo crisis, penuria económica, mala gestión o como quieran) sacan los envidiosos, los que atesoran el rencor y la inquina, todas sus armas y su ponzoña. Y ahora que la tecnología lo permite, amparados en comentarios bajo seudónimo que se cuelgan en la red, también sale a relucir la cobardía más infame, el dedo acusador de quien, precisamente parapetado en el anonimato, se permite el insulto, la revancha contra los trabajadores cuyo puesto pende de un hilo, como si fueran los culpables de que un día, estando sin empleo, alguien les ofreciera un puesto en el Ayuntamiento.

Distinto es que quien en su momento dijo "sí" viva ahora de la renta, de vaguear y poner la mano a fin de mes, mal acostumbrado a que otros saquen el trabajo que tiene encima de la mesa o en el camión donde va el cemento que arregla las calles. De todo hay en la viña del Señor, aunque siempre terminen pagando justos por pecadores porque para muchos ciudadanos, todos los trabajadores del Ayuntamiento, sin excepción, están todo el día de paseo, tocándose el ombligo (por no decir eso que están pensando), o son unos completos inútiles, como si todos (todos) los que trabajan en el Ayuntamiento fueran unos incapaces y unos ineptos. Eso por no hablar de compañeros, entre comillas, que, estos días, tienen el colmillo afilado y sangrando, deseando que se carguen a este o al otro. Que pase algo al fin, mientras no sea a él.

¿Y qué hubiera hecho o dicho usted si tiene una casa que defender y unos hijos a los que llenarle el plato? Claro. Usted, todo moral y rectitud, hubiera declinado el ofrecimiento bajo la excusa de sus principios (los mismos que emplea ahora para insultar y menospreciar anónimamente). "No, gracias. Yo voy a seguir mandando currículos, porque no es ético lo que me ofrece. Mi nevera vacía y mis hijos sin ropa, pero yo por derecho". Por los cojones, oiga.

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