La nicolumna

Nicolás Montoya

Ser o no ser

SER vicepresidenta del gobierno y acaparar mas puestos de trabajo que apellidos hay en las listas del Sae es de película de Berlanga. Ser presidente del Banco de España, director general o presidente de mesa autonómica y, con sus ingresos tener la cara dura de recortar sueldos, una provocación. Ser príncipe de Asturias y estar relegado a rana de cuento de manera permanente, una metáfora. Ser líder político mariano y estar más escondido que cualquier orden mariana de clausura, un milagro divino. Y por supuesto, ser alcaidesa o alcaide de fortalezas cercanas asumiendo el papel de amos del calabozo y tener a media humanidad jerezana asustada en sus cloacas, una aberración.

Las personas suelen ser antes que tener. Solo se tiene lo que se desea. Por eso, el poder corrompe a los que se dejan corromper, pero enajena a los que no asumen su función de servidores públicos. Claro que en esta diatriba hacia ellos, nos enfrentamos a un claro ejemplo de diáspora de gente buena que no le apetece volver, una gran marea humana que tiene intenciones pero no las pone en práctica y en contraprestación una llegada de inmigrantes y allegados al poder a los que no les importa ser sinvergüenzas.

Cuando además, a un partido se le vota, será para que ponga en marchas sus ideales. Poco sentido tiene quejarse amargamente sin aceptar la parte de culpa que tienen quienes lo hicieron, más aún cuando los principales de la oposición andan eludiendo su función, en luchas cainistas por el poder y con el rumbo, la veleta y el timón perdidos, pocos argumentos hay para la esperanza. Lo único que quedaría sería rogar que los sepultureros de la crisis empezaran a currar cuanto antes, y de camino evitaríamos que alguna vicepresidenta tomara posesión de otro puesto. Mientras tanto Caballero Bonald y Muñoz Molina viviendo felices. De cuento de hadas de Shakespeare.

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