Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Del Barbastro al Manchester

SIENTO sana envidia como madridista y alegría como futbolero. La ascensión de Pep Guardiola al Parnaso del fútbol -Sobra Guardiola: ¿recuerdan aquel titular de un diario deportivo en la Eurocopa del Benelux?- es propia de un relato de Josep Pla porque es la metáfora de la semilla brotando de la tierra, el agua de la acequia transformada en torrentera. Como futbolista, pasó de recogepelotas a campeón olímpico en la final de Barcelona contra Polonia y de la Copa de Europa en Wembley contra la Sampdoria. Como entrenador, en menos de un año habrá pasado de despedirse de la Tercera División en el campo del Barbastro, donde logró el ascenso con el filial blaugrana, a disputar en Roma, paradigma de los nuevos emperadores del balompié y su circo con fieras televisivas, la final de la Copa de Europa contra el vigente campeón.

La crisis económica y los efluvios sentimentales han hecho que muchos equipos recurran a antiguos jugadores para dirigir sus respectivos banquillos: Pocchetino, en el Espanyol; Manolo Jiménez, en el Sevilla; Abel, en el Atlético de Madrid; Pacheta, en el Numancia, uno de los escasos verdugos del todopoderoso Barcelona. Falta Guardiola, debió pensar alguien cuando en el equipo decidieron cambiar el rumbo que los había llevado a un bienio de sequía de títulos. En el fútbol actual una de las principales lacras la representan los padres de los futbolistas, que sueñan con el camino más corto para sortear los obstáculos que presenta la vida para labrarse un porvenir más o menos digno. El otro día, José Ramón de la Morena reunió en El larguero a Serrat y a los padres de Xavi, Iniesta y Bojan, que reivindicaron la normalidad de tan estelares vástagos. El progenitor de Andrés Iniesta podría pasar por charnego en una novela de Juan Marsé. No estaría mal el premio Cervantes y la Copa de Europa en el mismo año. Desde que el Betis ganó la primera Copa del Rey el año que Vicente Aleixandre obtuvo el Nobel de Literatura no se produciría una coincidencia de honores deportivos y literarios tan redondos.

Cinco días antes de cumplir 25 años, el chaval de Fuentealbilla marcó uno de esos goles terminales que se instalan en la memoria del aficionado, como el de José Mari Bakero al Kaiserlautern que le abrió al Barça la final del 92. El catalanismo es una prolongación del barcelonismo por otros medios, pero no hay que olvidar un dato fundamental: el principal culpable de que este chaval recuperase la autoestima en la selección española se llama Luis Aragonés y ahora entrena a un equipo turco. Con Guardiola, el borceguí se liberó del calzador y el Noi de Albacete subió al firmamento de Suárez, Kubala y Rexach.

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