El cuentahílos

Carmen Oteo /

Barroquismos

YO no sé para qué se inventó el barroco. El gótico está claro, el gótico surgió porque los hombres querían ser cipreses. Nació para intentar tocar el cielo con la punta de los dedos, tamizar la luz con las vidrieras y ensartar el aire en agujas con cresterías. Para acercarse a un Dios inalcanzable.

Antes el románico, con sus maestros canteros, nos había enseñado que lo divino y lo pagano se funden entre volutas y escenas sátiras, que todo cabe en el capitel de una columna.

El barroco es más complicado. No sé para qué se inventó el barroco tan desmesurado e irracional, con ese nombre de joya falsa. Un arte a veces extravagante, otras artificioso, casi siempre pedante y contradictorio. Un arte espiritual y naturalista a un tiempo. Un arte que retrata a un niño que se espulga y a Cristo abrazando a San Bernardo.

Quizás se inventó para rizar la fachadas, para enriquecer los retablos, para enseñarnos la clausura de unos cartujos, para ponerle con Murillo cara a la Virgen, para encarnar las esculturas de talla, para jugar con el claro-oscuro y con el tenebrismo, para que Bach hiciera música la Pasión de Cristo, para crear un Siglo de Oro, para que Góngora y Quevedo se pelearan por unos versos. Para saber que somos polvo. Quizás.

Desde luego no habría Semana Santa sin barroco, aunque el Cristo de la Viga casi me desmienta. El barroco es la expresión del dolor. Un dolor que no es gratuito, un dolor que nos salva y despierta la fe. El barroco no pretende acercar el hombre a Dios, el barroco hace a Dios hombre y nos lo acerca y nos mete el dedo en la llaga del costado izquierdo. Dios es un hombre que sufre por los demás, que tiene madre, que es despreciado y que, a día de hoy, sigue escuchando burlas y soportando la vanidad de muchos que usan su propio nombre. En la Semana Santa la Pasión de Cristo y las pasiones del hombre se encuentran de un modo natural, contradictorio, barroco.

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