El lanzador de cuchillos

Bene dicto

Ratzinger nunca buscó el poder. Se sustrajo al juego de las maniobras y las intrigas curiales

El papa Benedicto ha muerto a los noventa y cinco años, casi diez después de su renuncia a la Cátedra de San Pedro -"por el bien de la Iglesia"- y el columnista ha sentido una emoción sincera viendo por televisión el sobrio y a la vez solemne funeral, el mismo pequeño escalofrío que experimentó cuando, en febrero de 2013, vio volar el helicóptero del Pontífice por el cielo de Roma camino del retiro voluntario.

A los papas se les suelen reconocer pocos méritos, pero sería injusto, en la hora de su segunda y definitiva marcha, no ponderar la honestidad, la sencillez y la categoría intelectual de Joseph Ratzinger. Benedicto significa "bien dicho", pero también puede interpretarse como "aquel de quien se habla bien". La prensa perezosa, que mientras Ratzinger ejerció el ministerio petrino se refirió a él con apelativos caninos -el rottweiler de Dios o el chiste patoso y repetido del pastor alemán-, hoy se deshace en elogios a su figura, aunque para ello haya tenido que hacer mutis por el foro. Allá el periodismo con sus prejuicios. Después de tres días de exposición pública de los restos del Papa emérito en la basílica de San Pedro -han acudido a rendirle homenaje más de doscientos mil fieles y una ex ministra española vestida como para una cacería- se cerró la capilla ardiente de Benedicto XVI y el que suscribe, al ver el féretro finalmente sellado, sintió un sobrecogimiento similar al de aquella tarde de febrero de hace una década, cuando la Guardia Suiza cerró las puertas del Palacio de Castelgandolfo, dejando dentro a Ratzinger con sus libros, sus oraciones y su soledad.

Ratzinger nunca buscó el poder. Se sustrajo al juego de las maniobras y las intrigas curiales, el lujo le resultaba extraño. Cuando, siendo arzobispo de Munich, Juan Pablo II lo llamó a Roma, sólo se llevó su poblada biblioteca y un piano. Wojtyla, su mentor, era un tsunami, un hombre de acción, un animal escénico que enfervorizaba a las masas con su sola presencia. Ratzinger, un profesor tímido, un hombre discreto y luminoso más apto para alumbrar que para deslumbrar. Fue un papa incomprendido -le perjudicó la comparación con su predecesor, líder carismático de personalidad arrolladora- pero de una gran solvencia teológica, que demostró, además, al final de su mandato un arrojo extraordinario. Benedicto ha llegado, por fin, a la última etapa de su peregrinaje por este valle de lágrimas. "Jesús, te amo", dicen que dijo. A Jesús no le cabía ninguna duda.

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