No se parece en nada. El futuro que se nos ha venido encima, comparado con el que nos pintaban las películas de ciencia ficción, ha tirado por tierra gran parte de las expectativas que nos hicimos de críos. Y las ha tirado porque entonces nos las prometíamos felices en un siglo XXI donde ya la especie humana se iba a librar de comer lentejas y en el que las bicicletas -aunque siguieran funcionando a pedales- por lo menos volarían. Pero qué va.

Hace años que estamos instalados en aquel futuro y este escenario no acaba de parecerse al de esas películas de ciencia ficción. Contra todo pronóstico, ni aquí acaba de llegar una invasión extraterrestre como Dios manda ni parece que vaya a triunfar en el mundo de la gastronomía aquella dieta súper concentrada que permitiría comerse un pollo al chilindrón en forma de píldora y acompañarlo de una ampolla de vino que valdría por media botella.

Por todo ello creo que es el momento de hacer balance sobre este desbarajuste llamado futuro. No olvidemos que estamos en 2019 -año en el que se desarrolla el argumento de Blade Runner- y aquí, por ahora, no veo yo que se esté acertando con las cosas del porvenir. Es verdad que los androides últimamente echan horas extras y que, si quieres hablar con alguien de tu agencia de seguros, al teléfono te atenderá una máquina con voz encantadora (pero sin punto de comparación con lo que contaba la película, porque ni podrás quedar con la máquina luego para ir a cenar ni detrás de esas voces cibernéticas se suele esconder una rubia como Daryl Hannah.)

Alguien me replicará que, independientemente de lo que anticiparan esas películas en las que los supervivientes del planeta calzaríamos zapatos de plataforma y nos desplazaríamos a gran velocidad en cualquier vehículo, exceptuando el patinete, lo que no podremos negar es que la aparición de internet en nuestras vidas ha supuesto una revolución.

Y en parte llevan razón los que sostienen que hemos dado un gran salto adelante en materia de comunicaciones. Sin entrar en detalles sobre la máxima utilidad que tiene internet (que, como todos los avances tecnológicos desde la conquista del fuego, apenas se emplea para otra cosa que no sea ligar), hay que reconocer que en el fondo comporta cierto progreso. Pero en la misma medida sirve para hacernos retroceder a la era de las cavernas, como demuestran esas páginas en las que te puedes informar sobre lo peligroso para la salud que es vacunarse, y en las que puedes ponerte al día sobre la actualidad del chamanismo o sobre las últimas pruebas que demuestran que la Tierra es plana.

Al fin y al cabo, lo progresista y lo reaccionario se tenían que confundir porque ni el futuro era tan conservador como parecía, ni el pasado tan moderno. Aunque eso ya lo explicó Einstein al afirmar que el tiempo es relativo si se vive en Badajoz. Y más si se pretende viajar en tren a otro lugar de la galaxia como Madrid. Pero esa ya sería otra historia.

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