Bipartidismo

Los niños dijeron que el Emperador iba desnudo y alguien debe decir que el bipartidismo no existió

Ayer nos conjurábamos para que el hartazgo de las elecciones nos sirva para afinar el ojo crítico y no para darnos un tema de lamentación. Así que vamos. Por lo visto, la única novedad que plantean estas elecciones será ver si realmente implican una vuelta o no al bipartidismo.

Cualquiera tiempo pasado parece mejor, eso fue lo que dijo Jorge Manrique, no que lo fuese, sino que a toro pasado todos somos Manolete. Nos está pasando con un supuesto bipartidismo idílico en el que la cosa pública fluía como la seda.

Cuidado, que ese supuesto bipartidismo nos ha traído aquí. Además, ni sorteó las crisis económicas ni dejó de caer en bastantes de cuantas tentaciones se pusieron a su alcance.

Sin embargo, todo eso lo podemos discutir y hay algo que es indiscutible porque es una verdad aritmética, aunque obviada. Ese añorado bipartidismo no ha existido nunca. Había, sí, dos fuerzas nacionales más importantes, pero tenían que negociar casi necesariamente con los partidos nacionalistas, que sacaron una tajada inmensa del equilibrio de fuerzas. El bipartidismo era, en realidad, dos grandes partidos peleándose a cara de perro mientras dos pequeños partidos o tres se llevasen los despojos de la pelea a su rincón.

Si se olvida esto y, a más a más, se embellece con la nostalgia el bipartidismo de entonces, es lógico que se culpe del bloqueo político a los nuevos partidos. Yo no lo haría tan rápido porque cabe la posibilidad de que si tuviésemos lo de antes, ahora hubiese gobierno, sí, pero apoyado (a un monstruoso precio) en los nacionalistas. Al multipartidismo hay que reconocerle, al menos, el mérito de que ha desactivado ese mecanismo tan extorsionador.

Por otra parte, quizá la sociedad española sea la que se ha fragmentado en lo ideológico. ¿No es posible que la oferta de los partidos sea un reflejo fiel de la sociedad? Liberales y conservadores decimonónicos, a pesar de su enemistad manifiesta, compartían un inmenso sustrato moral y de costumbres, y unos principios políticos firmes y amplios. Eso se ha mantenido durante mucho tiempo. Ahora que la política no discute sólo (ni apenas) de gestión, sino de grandes problemas morales o de la identidad nacional, es lógico el fraccionamiento del espectro político. En un retorno al bipartidismo, ¿qué ideas o qué principios de qué partidos deberían ser destinados a las tinieblas exteriores de la falta de representación parlamentaria?

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