Columna de humo

José Manuel / Benítez Ariza

Boletines virtuales

NO dejo de buscar entre las noticias recientes alguna que justifique el pomposo título de "Año Nuevo" que automáticamente atribuimos al recién comenzado. Y sólo encuentro, entre informaciones de guerras viejas y vetustos enredos políticos y económicos, esta modesta novedad: desde el uno de enero el B.O.E. ha dejado de existir físicamente; es decir, ha desaparecido su edición en papel, por lo que a partir de ahora el órgano en el que se hacen explícitas las decisiones del Estado, grandes y pequeñas, sólo será accesible a través de Internet.

Es una novedad a medias, claro, porque ya hace años que las consultas por Internet han sustituido la molesta necesidad de desplazarse hasta una biblioteca pública y manejar la engorrosa pila de boletines, con su correspondiente carga acumulada de polvo, ácaros y lepismas golosos de papel. Supongo que tarde o temprano algún aficionado a la sociología recreativa nos explicará la diferencia que este cambio supone en nuestras relaciones con el poder. Indudablemente, no es lo mismo consultar sus oráculos desde casa, en pijama y zapatillas, y usando un "buscador" para localizar rápidamente la información que necesitamos, saltándonos enojosos preámbulos y rodeos, que acudir a uno de los muchos templos de la burocracia y escudriñar el semblante del funcionario de turno, para ver si está dispuesto a ayudarnos o, por el contrario, nos abandonará a nuestra suerte, mientras nos mira desde su mostrador con el gesto de infinita compasión de quien ha visto ya otras muchas esperanzas defraudadas.

Y es que el Boletín Oficial del Estado, virtual o en papel, al igual que los correspondientes boletines de las demás administraciones, tiene algo de depositario de ilusiones de poco fundamento. Acudimos a ellos para confirmar que reunimos los requisitos que se exigen para tal o cual ayuda oficial, o para sondear si la legislación favorece alguna de nuestras pretensiones, ya sea la de obtener un empleo público o la de merecer una subvención. Y no es lo mismo confrontar esas esperanzas con una imponente pared forrada de cajas archivadoras, que tan adecuadamente representa el peso y la inescrutabilidad del Estado, que jugárselo todo a la carta de Google, o de algún mecanismo similar, y preguntarle a la maquinita de la suerte si somos aptos para la prerrogativa que anhelamos.

Y como uno es pesimista por naturaleza, no puedo evitar imaginar que el recién instaurado corazón electrónico de la burocracia estatal no tardará en desarrollar los mismos vicios y reflejos de sus equivalentes en carne y hueso. Ninguna máquina nos responderá "Vuelva usted mañana", a la manera del prototípico funcionario de Larra; pero ya nos vamos acostumbrando a leer, en la pantallita correspondiente, que "el servidor no responde", y que lo intentemos unos minutos más tarde. Eso vamos ganando.

benitezariza.blogspot.com

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