El laberinto del Brexit me tiene bastante perdido. A estas alturas no sé si están un poco más dentro o un poco más fuera o un poco más igual. Que ellos no quieran salir ni quedarse, después de pasar diez días en verano entre férreos brexiters, lo comprendo perfectamente. Se han convencido de que la solución a todos sus problemas, a todos, está en salir de la UE y ya está. ¿Cómo no van a querer irse? Pero su subconsciente debe de estar haciendo bastante labor de zapa. Si salen, y no se les soluciona hasta el clima, a ver a qué esperanza se agarran. Tener que echarse alguna culpa a ellos mismos, eso, tan automático en un español, es pedir a un inglés lo imposible. ¿Cómo no van a querer quedarse, siquiera sea para tener el mercado común del chivo expiatorio?

Dudas hamletianas, brexiter o no brexiter, ésa es la cuestión, con la calavera del Tratado de la Unión en la mano y Juncker haciendo de Yorick… Para mí, que estoy enfermo de literatura, me parece una escena satisfactoria.

Cómo vaya a acabar, si alguna vez acaba, no me genera tanta inquietud, siempre y cuando mantenga el tono agónico y teatral. En cambio, me pregunto cómo verán mis hijos a Inglaterra. La percepción de los países es algo bastante frágil y muy permeable a las vicisitudes políticas. De un viaje a Praga a poco de caer el Muro, recuerdo, con un vértigo histórico y geográfico, hallarme, de pronto, en el centro de una plaza sobre una placa donde se me avisaba que estaba en el centro de Europa. Para un niño y un joven criado en la Europa del Telón de Acero, el centro de Europa era París. Lo que quedaba más allá de Berlín era el Este, frío, lejano, distante. De golpe, en aquella plaza, recuperé un centro que no tendríamos que haber perdido nunca. Luego, la literatura centroeuropea me lo ha devuelto con creces.

¿Será posible que alguna vez mis hijos, cuando crezcan, piensen en Inglaterra como una isla aislada, absurda, antipática, con unas barreras abruptas, con una clase política ineficaz y una sociedad embrollada y enfrentada? Espero que no, porque siempre tendrán la literatura inglesa, a Shakespeare y a Jane Austen, a Chesterton y a Wodehouse. Pero ese riesgo, viendo a UK en el laberinto de su ombligo circular, se me pasa por la cabeza. ¡Con lo que ha sido Inglaterra, literatura aparte, la Inglaterra política y social, la económica, la escolar, la deportiva, casi un arquetipo platónico, para nosotros!

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