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la nicolumna

Nicolás Montoya

Bubús de febrero

MENOS en los más pequeños y en algún otro portador de dentadura postiza ya no confiamos en nadie. La mayoría o nos engañan o nos quieren tomar el pelo. Como los idus de invierno de los malos augurios. Claro que del engaño al desengaño va un paso, de manera que se puede considerar fácil llegar a desanimarnos con los demás y deba considerarse un éxito subsistir sin llorar por las esquinas, a la deriva, viento en popa y a toda vela, hacia los infiernos del mes de febrero. Mira que teníamos puestas las esperanzas en muchas cosas y mucha gente. Pues ninguna ha respondido a las expectativas creadas. Mira que creíamos en el año nuevo, pues cuesta mensual del primer mes con vibraciones que ni llegan a febrero. Más de lo mismo. Estamos en el segundo asalto y el tongo está a punto de tirar la toalla. Por los desengaños sobre todo.

Los de Iñaki rozan casi lo irreal aun con tanta carita angelical. El desengaño de Gallardón no tiene parangón. Habíamos albergado esperanzas, por la imagen de tipo cabal, serio y de imagen lógica y asentada. Pues de trastorno mental transitorio o de solidaridad saliendo por peteneras de las de fin de fiesta. Lo de Ruiz-Mateos, de olor crónico a chamusquina de paneles de abejas recién quemados. El de María José más bien de juzgado de guardia jerezano. En silencio, cerrando cuartos de baños, amiga íntima de los antidisturbios y sin sitio en la frente para los dos dedos de rigor. Y para colmo, el desengaño de la oposición, que en vez de hacer lo que debía, parece perder el tiempo en dimes, diretes y banalidades, cuando ahora más que nunca tenían en sus manos devolver la esperanza de los sentimientos limpios, de los logros sociales y del talante solidario con baños públicos, sin cargas policiales y con palabras y propuestas realistas. Lo de González, líder felipista donde los haya, alardeando de misoginia chaconiana para enredar más que para responder cuestiones. Lo de las familias, más oscurantismo que apertura.

Ahora resulta que la confianza está en extinción. Como el desengaño de los hijos adolescentes o la mirada del engaño premeditado, no tiene explicación.

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