Qué pena que el Congreso no se llame, como en Inglaterra, la Casa del Parlamento. Para decir con un juego de palabras -por jugar también nosotros, y no sólo ellos a su juego de tronos- que Podemos "juega a las casitas". Porque es indiscutible que la moción de censura de Podemos es lúdica: no tienen apoyos, no tienen programa de gobierno alternativo, no tienen un candidato serio. Todas las críticas que les hacen y he leído son perfectas y llevan razón. Y les dan igual, porque ellos van a su partida y ahí -reconozcámoslo- es una buena jugada.

En el sentido doble del término: es sólo una jugada, literalmente, pero, dentro de las reglas del juego suyo, es buena. Claro que no es una moción constructiva ni respetuosa con el espíritu de la Constitución, pero ¿dónde reza que Podemos haya venido a construir nada y que venere la Constitución?

Ganan un inmenso protagonismo mediático. Véase, por no ir más lejos, esta columna. A pesar de que creo que se habla demasiado de Podemos, aquí estoy, dándole a la tecla. Y quien dice mi columna, dice todos los medios de postín. Ese protagonismo irá en aumento cuando haga su discurso, que será incendiario, no como una hoguera, sino como unos fuegos artificiales y unas tracas, pero escandaloso.

Se coloca, además, como gran rival de Rajoy, frente al espejo. El gran mérito político de Rajoy ha sido quedarse solo en la banda derecha. Oponiéndose directamente a él, Pablo Iglesias lo copia miméticamente y, aprovechando la soledad magnífica del presidente, se la va apropiando en la banda izquierda, que anda más dividida y disputada.

Al PSOE, inmerso en sus primarias, lo vuelve loco. Todo izquierdista de base está encantado con cualquier follón faltón al PP de Rajoy, de modo que el aparato del PSOE se encuentra entre la pared de su sentido de Estado y la espada de su alma revolucionaria. Decida lo que decida, Podemos sale beneficiado. Y Pedro Sánchez tal vez, de rebote.

La moción de censura no tiene que gustarnos a usted ni a mí. Al revés: Pablo Iglesias va al rebufo de nuestros bufidos. Está pensada para gustar a los votantes de Podemos y a los de sus periferias ideológicas, voten al PSOE, a ERC o a Bildu, o se abstengan. Y allí la política se entiende más como gesto que como rito, más como rechazo que como acuerdo y más como provocación que como silogismo. Los demás el trance lo tendremos que pasar con cierto estoicismo, si desdeñoso, mejor.

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