Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Buenas tardes, tristeza

Hay una hora en la que en estos días la tarde se hace noche demasiado pronto, sobre las seis de la tarde. Cada año, el invierno cambia a su manera la luz y las costumbres. Sucede que las circunstancias extraordinarias que vivimos han trabucado el discurrir natural de las estaciones, a nuestros ojos. La caída de la tarde es ahora la caída de los bares. Lo es para quienes tomaban un café vespertino o para los que alargaban la sobremesa tras una comida de trabajo, y también para quienes nunca gastan en la calle, pero ven cómo el supermercado es la única ancla de la nave común. La de quienes, sin haberlos frecuentado, perciben la importancia de las cafeterías y los establecimientos donde dan tapas, cuando el mundo se derrumba sin que nada se caiga aparentemente. La convivencia entre desconocidos se esfuma a las seis. Se dan el relevo ahora dos realidades, la del día y la de la noche, y la línea de corte entre ambas es las seis de la tarde. Un hemisferio parece ser el de siempre, con gente por las calles; el otro es triste e inquietante, con aceras vacías y coches con luces azules desde los que la policía te mira severa a partir de cierta hora.

En Berlín, ciudad sin igual, hay un edificio social del portugués Alvaro Siza, en el que, grabado en el frontispicio sinuoso, de riguroso marrón o quizá gris, se lee: Bonjour, tristesse. No sé si tiene que ver con el título de una película. Pero la tristeza es marrón y gris. Y puede ser vespertina; en realidad, creo, bonjour vale decirlo hasta que uno se va a la cama. En esa franja entre esa hora, ya con el sol cayendo en diciembre, y la hora de dormir, el mundo se transmuta. Ojalá recordemos estos días con pasmo, ojalá que no se nos haga habitual el bajonazo. En el chaflán de la fachada en esquina, en sus laterales continuos y francamente austeros, berlineses, la reforma de Siza da lugar a viviendas y a aprovechamientos comerciales. He sabido que el arquitecto no quiso mantener el grafiti -Bonjour Tristesse-, preexistente a su proyecto, pero que, por una restricción económica, lo mantuvo. Cómo desearía uno que el buenas tardes que uno le da a la tristeza sea una cosa pasajera, y que con el tiempo el comercio y las casas nuestras sigan siendo vecinos, simbióticos. Que las tardes sean tardes que caen por su propio amor, y no por imperativo de la autoridad, y que la tristeza sea sólo melancolía de la caída del sol. El otoño que vivimos es dorado como siempre, entre el frío del norte o del sur. A eso nos agarramos.

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