La nicolumna

nicolás / montoya

Bulerías de arrabales

LAS apariencias siguen engañando porque la gente quiere aparentar a todas horas. No le preocupa el fondo de la cuestión ni le importa el verdadero sentido de su vida. La gente es impulsiva, recalcitrante, picarona, desconfiada y poco sincera. La gente suele ver donde no hay, pensar más de la cuenta y actuar por instinto antes que por la razón. Nos machacan que la gente está mal de la cabeza para justificar sus comportamientos, que no son sino fruto de la desidia cotidiana de los últimos años, y que, menos cuando se trata de ser el muerto en el entierro, a casi nadie le gusta ser protagonista abriendo su corazón. Al flamenco le pasa igual. Denostado en rincones y sin ganas de acabar desarrollando un proyecto de peso en la ciudad, la del flamenco, nos tenemos que conformar con un festival al año, alguna que otra fiesta y poco más.

En los últimos días la ciudad rebosa gitanería y flamenco, y en las próximas semanas vamos a asistir a un espectáculo que va a llenar hoteles, plazas, paredes y tablaos. A un recital continuado de bises sin que el fin de fiesta tenga final, gracias a un festival que desde hace años está logrando asentarse con un nombre a nivel nacional e internacional. Nunca antes el flamenco y ese compás que tenemos enraizado en nuestra sangre está más a flor de piel y nunca ha sido más universal, pero lo cierto es que esto de ser una fachada de cara a los demás no deja de ser un parche en medio de lo inmenso que podría ser un mundo flamenco en una ciudad única cada día de la semana, cada mes y durante todo el año. Algo que echamos de menos en muchos otros ámbitos también pero que en relación con el caballo, el vino y el flamenco denota mucha desorganización y desidia. De sobra sabemos que nuestros valores permanentes lo son gracias a nuestros ancestros, pero por este camino mucho nos tememos que el futuro no está del todo asegurado. Al menos como debería ser.

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