Vaya por delante que defiendo el derecho de manifestación y que pienso que todas las instituciones tendrán que explicar su gestión durante la crisis. El Gobierno central, el del icono Ayuso en Madrid (número de muertes, residencias de mayores, casi colapso hospitalario), el de Bonilla en Andalucía (donde se hacen menos PCR, con tantos sanitarios contagiados, donde se sigue privatizando para Pascual en lugar de potenciar la sanidad pública), la UE, la OMS… todos.

Últimamente, en Jerez, en El Puerto y en otras ciudades -Barrio de Salamanca en Madrid- se están dando las llamadas caceroladas patrióticas. ¿Patrióticas? ¿Por las banderas nacionales? ¿Por gritar mucho "Sánchez dimisión" y "Viva España"? Se dice que son espontáneas, pero Vox y el PP las alientan y aplauden. Ello convierte a los caceroleros en arietes y escudos humanos de la estrategia política de ambos. Todo para acosar al gobierno legítimo de la nación.

¿Y qué consiguen? Crispación, cuando se necesitan grandes consensos para salir de las crisis, e incertidumbre al poner en duda las medidas de confinamiento con lo que, de paso, van contra el trabajo de los profesionales de la salud que no necesitan banderas para curar. ¿Propuestas alternativas viables para este grave momento? No se ve ninguna.

El Gobierno Popular de Allende en el Chile de los primeros 70 también tuvo sus caceroladas jaleadas por partidos de derechas. Acabó llegando Pinochet. Entonces, Quilapayún lanzó aquello de "La derecha tiene dos ollitas, una chiquitita, otra grandecita". Sí, era el Chile de los 70 ¿y…? Contra la Covid-19 no hay aún tratamiento ni vacuna y sólo está inmunizado el 5% de la población (debería ser según los expertos, al menos, el 60% para tener cierta seguridad) Sigan jugando con cacerolas y banderas… y veremos.

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