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Tribuna libre
QUIEN visita el monte mediterráneo percibe una gran sensación de paz frente al estrés diario que provoca el ruido y el asfalto de la ciudad. El monte mediterráneo es naturaleza en estado puro, en la que es fácil dejarse envolver por los olores, sabores, sonidos, colores, imágenes y sensaciones que produce en nuestros sentidos despertándolos y a la vez llenándolos de descanso. La gente que lo conoce sabe bien lo que es adentrarse en el Parque de Grazalema o de Los Alcornocales, ese monte tan andaluz, ejemplos de monte mediterráneo, y sabe lo que supone caminar notando el crepitar de la hojarasca a nuestro paso y husmear ese regusto a tierra mojada, a lentisco, a zarza y a madroño, y sentir la tosca corteza de un alcornoque en nuestras manos o dejarse acariciar por la roja zulla o pinchar por un palmito.
Imbuirse en el monte es quedarse inmóvil al ver la imagen de un ternero que nos percibe con las orejas en alerta y los ojos avizores esperando nuestra respuesta cómplice y el mugido tajante de su protectora madre que viene a protegerlo quitándolo de en medio con su regañina mientras se adentran entre acebuches y se encuentran a su paso con las cabras payoyas rumiando, ajenas a todo.
Cádiz tiene ese paraíso único para perderse sólo o acompañado, tiene ese reducto donde los sentidos más básicos pasen al primer nivel y el hombre se siente tosco y se deje llevar física y psicológicamente por una naturaleza rotunda que lo devuelve a sus orígenes. En el monte mediterráneo todo huele más, suena más, sabe más y se siente más, simplemente porque se gestiona bien.
El dilema es ¿hasta cuándo? De seguir adelante con la locura de las últimas decisiones comunitarias el monte mediterráneo se quedará en el recuerdo porque va a desaparecer. No se trata de un anuncio catastrofista es una realidad que vendrá provocada por actuaciones arbitrarias promovidas desde la ignorancia y sustentadas en un sistema de fotografías aéreas que no permite ver, a los que mandan desde sus cómodos despachos de Bruselas, Madrid o Sevilla, el ecosistema que se esconde bajo las copas de los árboles.
El quid de la cuestión es que desaparecerá el ganado por la aplicación del Coeficiente de Admisibilidad de Pastos y el monte mediterráneo no será viable y morirá. Así de claro. Los ganaderos son unos enamorados del campo pero ¿quién es el temerario que mantiene una explotación inviable? Y por ahora los datos son desgarradores de las 270.000 hectáreas pastables en Cádiz se reducen a 106.000 admisibles. Y sin ganadería el monte no es viable y, señora y señores, se desangrará.
Llegados a este punto hay que ver a quién repercute esa pérdida, sin apartar la vista de la merma patrimonial, del daño a la biodiversidad y el deterioro medioambiental, la prueba es además bien sencilla: ir una tarde a un bar cualquiera de un pueblo de la Sierra gaditana, de la Janda, de la Costa Noroeste, de la Campiña o del Campo de Gibraltar, da igual, cualquier bar de encuentro vale. Una vez allí mire a su alrededor y empiece mentalmente a eliminar a las siguientes personas: Al agricultor, al ganadero, al pastor, al quesero, al chacinero, al comprador, al vendedor, al que organiza rutas y visitas, al carnicero, al tendero, al cocinero, al transportista, a los miembros de las juntas rectoras de los parques, a los que pertenecen a los grupos de desarrollo rural, a los ecologistas, a los de las ADS o las ADF… Hecha la resta en el bar queda el camarero, que no tiene a quién servir y, por supuesto, que termina cerrando.
Tengamos una cosa bien clara, el monte mediterráneo además de un disfrute para los sentidos, es una parte importantísima y esencial para el mantenimiento económico de la provincia de Cádiz.
A ver si se enteran en Europa, en Madrid y en Sevilla (aunque se empeñen en decir que las vacas, las ovejas, las cabras, los cerdos, etc no pastan en el monte) aquí no sólo come del monte mediterráneo el ganado sino que gran parte de Cádiz también se alimenta de él. Y es precisamente ese Cádiz, que vive del monte, el que ahora está con la mano tendida para desfacer el entuerto y conseguir que se proteja y se garantice el pan de la provincia. Señoras y señores, Cádiz quiere seguir comiendo del monte.
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