Estos días se celebra en Sevilla la Feria del Libro de Ocasión. Son un buen número de casetas en plena Plaza Nueva, donde el paseante puede rebuscar en montañas de libros ya descatalogados a la caza de curiosidades u oportunidades para recuperar lo que en su momento se le pasó. Este año la estrella y por lo que preguntan los compradores tiene nombre y apellido: Francisco Franco. Lo contaba ayer en Diario de Sevilla Paco Correal. Las biografías, hagiografías, memorias y cualquier tipo de relato en el que el protagonista es el dictador se vende con mucha más facilidad que autores o clásicos o no tanto.

Franco está de moda. Vaya por Dios. Después de 43 años bajo una losa de más de mil kilos en el horrible mausoleo de Cuelgamuros, parece que quiera resucitar de la mano de un Gobierno zombi que no ha encontrado mejor reclamo para distraernos de su forzada inacción y de sus estrechos márgenes de maniobra. Ahí está el fantasma que para una parte muy considerable de españoles no es ni un recuerdo lejano y que sólo conocen de oídas. Pedro Sánchez ha decidido utilizar a Franco como el calamar utiliza su chorro de tinta: para despistar y esconderse. Podría haber escogido cualquier otro asunto, pero se decidió por él porque sabe que a los españoles una de las pocas cosas que nos gustan más que un entierro es un buen desentierro. Aunque este le haya salido de aquella manera y amenace con pudrírsele -verbo muy adecuado para lo que estamos hablando- entre las manos. La momia de Franco está todavía donde el propio Franco decidió y no parece que vaya a salir ni mañana ni pasado. Y mejor para Sánchez y Carmen Calvo que se han metido en un laberinto en el que no son capaces de encontrar la puerta.

Lo que posiblemente no tuvieran previsto es que la gente se apuntara con entusiasmo a la tarea de volver a poner al dictador en circulación. Franco estaba mal enterrado, qué duda cabe, pero nadie se acordaba de él. De pronto está en muchas conversaciones y emerge un cierto franquismo residual que parecía estar sepultado mejor que quien le dio nombre. Lo han puesto de moda y ahora el fantasma se pasea de un lado a otro para alegría de unos cuantos y miedo, que es lo que tienen que dar los fantasmas, de la mayoría. Queremos suponer que será una fiebre pasajera, que, cuando ya no haga falta para desviar la atención de otras cosas, Franco volverá a la tumba y a la Historia, que es donde nunca debió salir.

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