Como saben ustedes, de Juego de tronos, mucho más que el concreto desenlace, me interesa, a estas alturas, si aguantarán o no las estructuras del relato épico. Esto es, si vence el bien o, al menos, queda claro que existen el bien y el mal, y que su rivalidad es el secreto de toda aventura que se precie. Vamos bien o, incluso, mejor, porque la última entrega (que es la penúltima) pone el acento en la madre de todas las politologías: la legitimidad de origen, la de ejercicio y las intersecciones entre ambas.

En la política, cada vez me interesan más las estructuras, entre otras cosas porque no quiero que se derrumben sobre nuestras cabezas. La lucha electoral tiene su morbo, y es un regate corto que hace mucha gracia comentar, pero el mar de fondo está en cómo preservar el Estado de Derecho, el imperio de la ley, la división de poderes y los derechos naturales. El ser o no ser del sistema es la cuestión.

Aquí y en cualquier democracia. En Estados Unidos los índices económicos son excelentes y, contra todo pronóstico, Donald Trump se dirige hacia una reelección. Eso no quita para que el asunto delicado y vertiginoso esté en el papel del Fiscal Mueller en relación con el Russiagate, que probablemente quede en nada, pero que no está claro y que produce fricciones en las placas tectónicas del Estado.

Una peculiaridad de la política española es que la estructura está a flor de piel. Describían Castilla los escritores del 98 como un territorio donde sequías y torrenteras habían dejado a la vista el esqueleto de berroqueñas entrañas. Eso está pasando en nuestra política, que no tiene los indicadores económicos de la de Estados Unidos, ay, y cuyas luchas estructurales están, por desgracia, en un primer plano, deslegitimando legitimidades.

De Pedro Sánchez podemos temernos que pacte otra vez con los que quieren subvertir la Constitución. Desde luego, la sombra de los indultos no es un buen augurio para la independencia del Poder Judicial. Se le quita la espada a la diosa de la Justicia y se pone en modo Damocles pendiendo sobre su cabeza del hilo de los puntuales acuerdos parlamentarios.

Esto es muy peligroso, pero al mismo tiempo es una ventaja, porque tenemos delante de los ojos el conflicto real. No se juega entre bastidores. Luego, se puede votar con conocimiento de causa a favor de forzar más las estructuras, de reventarlas, de mantenerlas cómo están o de reforzarlas.

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