Cambios

Andalucía ya no es una tierra de jornaleros hambrientos. Y por eso da risa la retórica de la izquierda

Llevo más de treinta años viviendo en Andalucía. Si hago memoria, me resulta casi imposible identificar aquella Andalucía con la actual. Cuando llegué a Sevilla me llamó la atención que apenas había hoteles. Para alguien que venía de Mallorca, era un hecho asombroso encontrarse con una ciudad de medio millón de habitantes en la que no había casi hoteles, pero en aquel entonces sólo había turistas japoneses, y no muchos. El aeropuerto de San Pablo era tan pequeño que te bajabas del avión e ibas caminando a la terminal. Si querías viajar en coche, había que internarse por una carretera nacional que daba miedo (llegar a Zafra o a Córdoba o a Granada implicaba medio día como mínimo). Para cruzar a Portugal desde Ayamonte había que coger un barquito. Desde Antequera a Málaga te metías por unas curvas que parecían sacadas de un paisaje de George Borrow, aquel inglés loco que se empeñaba en vender biblias protestantes a los lugareños que lo echaban a pedradas de sus pueblos. Una vez tuve que hacer un trasbordo de trenes en la estación de Bobadilla y creí haberme metido en un agujero de gusano que me había llevado a la época de los Siete Niños de Écija.

De aquella Andalucía no queda nada. Hay muchos motivos para criticar los casi cuarenta años de gobierno socialista -el clientelismo político, la parálisis económica, el folclorismo cultural, la aniquilación de toda iniciativa civil-, pero nadie podrá negar que muchas cosas se hicieron bien y que Andalucía vivió un vertiginoso proceso de modernización. Y justamente es ese proceso de modernización el que explica los cambios sustanciales que mañana se verán reflejados en los colegios electorales. Andalucía ya no es una tierra de jornaleros hambrientos ni de represaliados por el franquismo. Y por eso mismo mueve a risa la retórica incendiaria de la izquierda histérica que intenta resucitar ese mundo ya sepultado por completo.

En cierto modo, el cambio de tendencia electoral se debe al éxito de las políticas socialistas. Andalucía es ahora una comunidad urbana formada por clases medias y por profesionales. El mundo rural del hambre y los piojos ya sólo aparece en las películas que nadie quiere ir a ver. Por supuesto que hay bolsas de miseria y desigualdades injustificables, pero todo ha cambiado. Todo. Y esos cambios, claro está, tienen que reflejarse en las urnas.

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