JEREZ ÍNTIMO
Marco Antonio Velo
Jerez: lluvia tras los cristales, hombre-robot y José Luis Jiménez
En tránsito
Hace poco, en Tánger, frente al Hospital Italiano -donde murió Paul Bowles-, me crucé con una chica que iba caminando sola por la calle. Era ya bastante tarde -más de las doce de la noche-, y había poca gente, y además la chica iba vestida con cazadora y vaqueros y sin un pañuelo en la cabeza. Aquella chica debía de ser estudiante porque llevaba libros y cuadernos en la mano, pero lo que más me extrañó es que se atreviera a caminar sola, y tan tarde, en un país musulmán donde una mujer que haga esto sólo puede ser una puta o una loca. Más adelante vi a otras chicas como ella que volvían caminando solas a sus casas, y al día siguiente vi otras más subiendo por las estrechas callejas de Dradeb, un barrio que hace poco era un vivero de islamistas. Hace treinta años era imposible ver nada así en Marruecos, pero las cosas están cambiando, igual que están cambiando en Argelia y en Túnez, en Egipto y en Iraq. Cada vez hay más mujeres nacidas en países musulmanes que estudian una carrera y que se atreven a contravenir las normas que las obligan a ser mujeres sumisas y recatadas, siempre cubiertas por un hiyab o siempre recluidas en su casa.
Estas mujeres están viviendo la revolución silenciosa que en los países europeos se produjo en la segunda mitad del siglo XX (y que llegó bastante retrasada a España por culpa del franquismo). En realidad, mi generación fue la primera que vio como una cosa normal que las mujeres fueran caminando solas por la calle, de noche, desafiando las miradas lujuriosas (y despectivas: lujuria y desprecio era una misma cosa) de los machotes calenturientos que las consideraban o putas o locas. Ahora hay mujeres que se sienten amenazadas si caminan solas por la calle, pero es evidente que las cosas han cambiado mucho. Mi hija suele salir bastante y nunca se ha quejado por haber sentido miedo.
Está claro que las mujeres tienen muchos motivos para estar enfadadas con nosotros los hombres, pero hay un cierto feminismo que pretende hacernos creer que vivimos en Marruecos -o en sitios peores-, cuando nada de eso es verdad. El feminismo será la mayor revolución de este siglo -por suerte, ya lo es-, pero ni las exageraciones interesadas ni las intoxicaciones ideológicas le benefician en absoluto. Y si no, que le pregunten a aquella chica valiente que caminaba sola frente al Hospital Italiano de Tánger.
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