NO creo que la campaña electoral que empezó ayer despierte mucho interés entre los andaluces. Lo que se percibe por todas partes -menos en la minoría que vive muy bien a la sombra del poder político y financiero- es un gran desconcierto y una gran confusión. Todos sabemos que el edificio común que ocupamos -el edificio que contiene la educación, la sanidad, la justicia, las obras públicas, las pensiones- tiene grietas por todas partes y los cimientos llenos de fisuras, pero nadie tiene una idea muy clara de cómo hay que arreglarlo. Unos piensan que hay que evitar el derribo a toda costa, así que hay que reforzar los cimientos y apuntalarlo bien, mientras que otros piensan que hay que suprimir todos los gastos para concentrarse en pagar el alquiler, pero nadie sabe cómo es posible evitar el derribo al mismo tiempo que se paga el alquiler; y mucho menos aún, nadie sabe si pagar el alquiler va a servir de algo y a la larga va a evitar el derrumbe. Lo único claro es que el edificio está empezando a emitir unos ruidos inquietantes que no presagian nada bueno.

Y lo peor de todo es que los habitantes de ese edificio llevamos mucho tiempo creyendo que vivíamos en un edificio construido con los mejores materiales y diseñado por los mejores arquitectos. Porque durante una década se nos ha dicho que teníamos la mejor educación, la mejor sanidad, la mejor Seguridad Social, los mejores trenes y las mejores instalaciones deportivas, pero ahora resulta que no habíamos pagado muchas de esas cosas, así que tenemos tantas deudas que no hay dinero para arreglar los colegios. Y así estamos, con el edificio a punto de caerse y sin saber cómo podemos evitarlo, y sin creernos lo que nos dicen los políticos ni los sindicatos ni los empresarios, ya que todos han formado parte del tinglado que nos ha hecho creer que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Y tampoco nos creemos a ésos que nos aseguran tener una fórmula infalible para evitar el derrumbe, porque en el fondo sabemos que nadie conoce la fórmula para salvar el edificio, si es que esa fórmula existe.

¿Hay que abandonar toda esperanza? Por fortuna, no. En la calle se ven padres que sonríen a sus hijos, y parejas que se besan, y gente que empuja con buen ánimo una silla de ruedas, y hay una madre que ayuda a su hijo a hacer los deberes, y empleados de la limpieza que hacen su trabajo (el de mi calle se merecería una medalla), y monitores de fútbol juvenil que entrenan en las suburbios más pobres y les inculcan a sus chavales responsabilidad y deseos de salir adelante. Esto es lo único que sirve de algo, lo único que garantiza que el edificio no se venga abajo. Y ojalá que después de las elecciones, las gane quien las gane, estas escenas cotidianas sigan siendo posibles.

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