Mañana acaba la campaña electoral para las elecciones andaluzas y, no sé si a ustedes les pasará lo mismo, pero les aseguro que, personalmente, voy a sentir un gran alivio y un mayor descanso. Entiendo que este ejercicio extremo de la propaganda política es un derecho de las formaciones que a ello se dedican, pero en los tiempos que corren cada vez dudo menos de su utilidad, y, como tengo un avenate de austeridad en la sangre, me empiezan a parecer un despilfarro los dineros que se emplean en tal propósito.

No quisiera insistir en conceptos o afirmaciones repetidas en columnas anteriores, pero tengo que confesar que la actual generación de líderes políticos no me motiva nada, y, por el contrario, puede llegar a causarme un tremendo enojo. Sencillamente, no quiero que me tomen por tonto ni que insulten mi inteligencia, y hay ocasiones en que lo que dicen me hace pensar tal cosa.

Me pasma de estos días el tremendo frenesí discursivo de los líderes políticos, que se ven abocados a dar respuestas a todo y a entrar en cualquier tema. Como consecuencia de la hiperactividad que desarrollan, no es extraño que caigan en curiosos desbarres. No me digan que no fue bueno lo del líder nacional que vino a Jerez a hablar de flamenco y citó a Rosalía. ¡Ay, esos asesores! Echo en falta cualquier mínima reflexión que me haga pensar, alguna pequeña muestra de inteligencia, pero eso digamos que está muy caro.

A partir del próximo lunes no es que vayan a cambiar mucho las cosas, que a ellos les mola mucho el enfrentamiento permanente, pero al menos finalizará este periodo invasivo de nuestras vidas que suponen las campañas electorales. Los espacios informativos volverán a su ser. También los actos. Uno, que mayormente asiste a los flamencos, ignoraba que hubiese tantos políticos interesados en el arte.

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