La tribuna

eduardo Osborne Bores

Canción triste del 28 de febrero

YA pasó el 28 de febrero, fiesta oficial de nuestra comunidad autónoma desde que hace ahora 34 años se celebrara el referéndum origen del acceso a la autonomía por la vía directa del artículo 151, caso único en España, y que ha tenido su peso en el abierto, impreciso, peculiar e improvisado proceso descentralizador del Estado que le siguió, por utilizar términos invocados por el profesor Muñoz Machado en su brillante y lúcido Informe sobre España.

Desde entonces para los andaluces este día es festivo, pero cada vez menos día de fiesta, que es cosa bien distinta. Para que sea un auténtico día de fiesta de todos los andaluces es necesario que confluyan unos requisitos y unas circunstancias que hoy desgraciadamente no se dan, lejanos ya los tiempos de reivindicación y rebeldía contra el subdesarrollo y los agravios en relación con las regiones ricas del norte.

A diferencia de otras regiones de España, la esencia del autonomismo andaluz no está tanto en cuestiones identitarias, antropológicas o historicistas. Andalucía no ha tenido históricamente instituciones autóctonas, como Cataluña o el País Vasco, ni tiene una lengua propia, ni un sentimiento único de pertenencia más allá del carácter universal de lo andaluz, expresado de forma hermosa en el himno de Blas Infante.

Su vasto territorio, además, no ayuda a la cohesión interna, y así no resulta extraño que un andaluz de Almería pueda considerarse más cercano a un vecino de Murcia que a otro andaluz de Huelva. Ni el indudable esfuerzo en la mejora de la red de carreteras ni la labor pedagógica de una televisión pública con una enorme dotación presupuestaria, por ejemplo, han podido anular este déficit. Por esto mismo, entre otras razones menos amables, es por lo que nunca ha llegado a funcionar de manera continuada un partido nacionalista andaluz.

Desde aquel 28 de febrero de 1980 ha pasado mucha agua por nuestros puentes, incluso en una región seca como Andalucía. Y ha entrado mucho dinero proveniente sobre todo de los fondos de la Unión Europea, que sin duda se ha dejado notar en la situación personal de los andaluces, que en muchos casos disfrutan de una red de servicios públicos dignos y de calidad. El andaluz de hoy vive en términos generales mejor que sus mayores, sobre todo en el ámbito rural.

Esta mejora en las condiciones de vida de los andaluces es el principal aval del Partido Socialista en Andalucía, único que gobierna sin interrupción desde entonces y auténtico beneficiario de este desarrollo global en términos absolutos, y que le ha servido entre otras cosas para tejer una inmensa estructura orgánica e institucional apoyado en esa caja de resonancia que representa Canal Sur, convertido en eficaz ariete de propaganda de las políticas de la Junta.

En este escenario, la pomposa puesta en escena de cada 28-F no es mucho mas que, como ha escrito Ignacio Camacho, la celebración del día de (la Junta de) Andalucía, de este poder hegemónico desde hace años convertido en una máquina de distribución de riqueza con criterios clientelares sin mucho atisbo de amenaza, ahogado en la misma orilla de San Telmo el Partido Popular que, pese a gobernar en todas las capitales de provincia y los grandes núcleos urbanos, trata malamente de recomponerse de sus últimas disidencias internas.

Esta edición además ha contado con la colaboración del nombrado hijo predilecto Miguel Ríos. Lo que se calló Susana Díaz, correcta en su discurso institucional y moderado, lo dijo con vehemencia el carismático rockero granadino, convertido sin proponérselo en gregario de lujo de la presidenta. Mi admiración por la carrera artística de Ríos, precursor del rock en vivo en España en épocas bastante más difíciles, no me aparta del malestar que ha provocado en muchas personas (que también son andaluces) y no termino de entender la simpleza de argumentos de cierta izquierda que creíamos ilustrada.

En estos tiempos de crisis, donde uno de cada tres andaluces está sin trabajo y el fracaso escolar campa por sus anchas, después de tres décadas de autonomía, suena un tanto hueco tanto discurso complaciente y victimista. La defensa del Estado de bienestar, tan necesario y cohesionador, no puede ser siempre el muro de defensa con el que sustentar unas estructuras y unas políticas manifiestamente mejorables.

Ahora que los dos partidos mayoritarios han renovado su liderazgo, prefiero pensar que las miras de Andalucía, de los políticos que la gobiernan, están en la dinamización de la sociedad, en la creación de un tejido industrial competitivo, en la lucha contra la corrupción, en la regeneración ética y estética de los poderes públicos. Todo lo que no sea eso dará más la razón a los que ven la celebración de nuestro día grande como una rutina institucional hecha a medida del poder político, una repetición plana y cansina como la partitura de una triste melodía.

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