El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Su propio afán
Las virtudes teologales en casa las tenemos muy repartidas: yo traigo la fe, mi mujer ofrece la caridad y los niños despliegan la esperanza. Lo ideal sería tener todos las tres, que lo intentamos, pero al menos como unidad familiar sí que cumplimos. Por tanto, mi mujer se apuntó voluntaria a una campaña de recogida de alimentos en un centro comercial. Como era fin de semana, la llevé y me llevé a los niños a comer. Luego, levemente desesperado, acudí pronto a recogerla. Lo que vi me sobrecogió.
No sólo eran ocho palés llenos de alimentos, sino a la gente dándolos. Con generosidad, con naturalidad, con afabilidad, sin darse importancia y sin solución de continuidad. Era un espectáculo. Quizá mi mujer no lo podía disfrutar porque estaba ocupada en distribuir los alimentos y en dar las gracias. Pero yo, desde mi característica inactividad, estaba deslumbrado.
Algunas veces he presumido de acertar lo que vota cualquiera a quince metros de distancia, por la pinta y los andares, con un margen mínimo de error. Los generosos eran todos, de cualquier partido, y no sólo eso: de cualquier edad, clase social y, en la medida de las posibilidades de mi pueblo, raza. Era una generosidad transversal, como se dice ahora.
La caridad era también conmigo, pues se me esponjó el espíritu. Estoy muy encerrado en mis análisis y opiniones políticas, en mis lecturas literarias para escribir críticas afiladas y en corregir ejercicios de alumnos, donde debe imperar la justicia sobre la misericordia. En la puerta del supermercado todo era abierto. Ni la economía ni los impuestos que parecen que muerden la parte que corresponde a la asistencia social ni sus equilibrismos presupuestarios podían con el corazón de la gente. No había barreras, nada, sino una generosidad sin límites.
Que la bondad es muy buena se comprueba en el bien que nos hace verla en acción. Nos vendría de perlas un baño de ella así, masivo, anónimo, sin derivadas, sin explicaciones, como mínimo una vez en semana. Al menos a mí, que soy, ya digo, mucho menos caritativo que mi mujer, y que me entretengo en otras batallas. Ojalá a las personas a las que lleguen todos esos alimentos recogidos alcance también, con las calorías, el calor humano del acto de la entrega, de las entregas incesantes y sorprendentes. Nos conviene recordar mucho las magníficas personas, cada cual con sus personalidades, que conforman nuestra comunidad.
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