Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Carlos Amigo en Jerez: “El chupito para ti”

Hace tres años escribí en esta misma columna lo siguiente a propósito del cardenal Carlos Amigo: “Encarna, en sí mismo, la vía augusta del titulo de un libro de su propia autoría: ‘El oficio de ser hombre’. Sí: hombre con tantán de cinematográfico péplum greco-romano. Es el Charlton Heston de la Iglesia andaluza”. Don Carlos desprendió esa unción terrenal de quien in itinere unificaba la denominación titular de cuatro libros de indispensable lectura: ‘El algoritmo de la felicidad’ de Mo Gawdat, ‘Lo eterno sin disimulo’ de C.L. Lewis, ‘Mil soles espléndidos’ de Khaled Hosseini y ‘El camino de la inteligencia’ de Jiddu Krishnamurti. La naturaleza de don Carlos fue más divina que humana. Incluso para neutralizar el título de Friedrich Nietzsche ‘Humano, demasiado humano’ y sí trabar analogías con el de Theodore Sturgeon: ‘Más que humano’. En el artículo que firmé en 2019 hice una promesa: “Don Carlos y quien suscribe nos conocemos de antiguo. En nuestra primera conversación a dos me explicó con detalle qué es ‘la contracultura’. El día menos pensado contaré una graciosísima anécdota que, años más tarde, compartimos al alimón a los postres de una tampoco pantagruélica cena en petit comité”. Ha llegado el momento…

Sucedió una noche cualquiera. En un restaurante céntrico de la ciudad. Nos reunimos apenas seis personas en el reservado. Entre ellos don Carlos y su secretario Pablo Noguera. Ambos en calidad de invitados. Joaquín Ortiz, presidente de la Academia, en tanto estuvo presente, recordará cuanto relato. Pablo nos había advertido de antemano que don Carlos no podía cenar en demasía. Sólo “picar algo” de manera ligera. Amigo había recién salido de una intervención quirúrgica y el buen hombre cuidaba la alimentación al máximo. Sin embargo don Carlos enseguida se sintió a gusto con la compaña, la tertulia se tornó de veras interesante y, tras el prescriptivo consomé con fondo, llegó de nuevo Luis -el propietario del restaurante- por si al reverendísimo le apetecía “alguna otra cosita”. Pablo se apresuró a decir nones -con más ademán que efectividad- pero nuestro cardenal tomó la delantera para preguntar si había “pescaíto frito”. Pidió un surtidito. Amigo quiso hacer de la velada una excepción de sus hábitos diarios. Temíamos por otra parte estar desobedeciendo las consignas de Pablo. Pero don Carlos -como Dios manda- ejerció su mando en plaza.

A los postres pequé de osado. Don Carlos -quizá observando los gestos ilustrativos de Pablo-, y pese a la variedad de tartas y otros manjares de pastelería, pidió un chupito de manzana sin alcohol. Ahí se mantuvo firme. ¿Sí? Él ya había mojado los labios en el primer sorbito de su bebida servida en vaso minúsculo, pero yo aún ni inaugurado el tocino de cielo que elegí para mi coleto. Se lo ofrecí a don Carlos. No aceptó. Reconoció haberse sobrepasado y ya estaba más que servido. Entonces le explicamos con detalle el origen del tocino de cielo y la especialidad y primacía que Jerez adquiere para con tan deliciosa receta. Como desconocía por completo siquiera su existencia, solicité a don Carlos que al menos la probara porque -dije- se trataba de un “bocatti di cardinale”. Soltó una carcajada.

Y…¡accedió a probarlo! Cogió mi cucharilla, la hundió en el jerezanísimo dulce de manos de monjas y comenzó a saborearlo. Entornó los ojos y la boca se ladeó a cámara lenta hasta dibujarse una media sonrisa en su blanco rostro. De pronto don Carlos, sin pensárselo dos veces (ni falta que hacía), arrastró con fuerza su diminuto vasito de cristal con olor a manzana sin alcohol y lo plantó a mi altura espetándome, ya muy risueño: “Toma… ¡el chupito para ti!”. Y, por supuesto, el tocino de cielo fue -entero- para él. Tocino, sí, de ese cielo que ahora don Carlos ya habita porque allí arriba, según sus propias palabras, “es donde el amor permanece”.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios