La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Le Carré ha muerto, viva Smiley

Como Doyle a Sherlock Holmes, Le Carré deberá su vida literaria futura a Smiley y 'Circus'

Cuándo empezó la fantástica historia de la creación de grandes novelas destinadas a las masas lectoras, escritas muchas veces a uña de caballo para ser enviadas aún casi sin secarse la tinta, entrega tras entrega, a las nacientes industrias editoriales? ¿Cuándo empezaron esas bodas entre el dinero y la literatura que los pedantes consideran un grosero arrejuntamiento que pervierte el parnaso de las letras? ¿Fue cuando Balzac publicó en 1831 Piel de zapa en la Revue des Deux Mondes, Dickens en 1836 -por encargo de Chapman & Hall- Los papeles póstumos del club Pickwick, Dumas en 1844 Los tres mosqueteros en Le Siècle o Flaubert en 1856 Madame Bovary en La Revue de Paris, haciéndolo todos por entregas? La tensión entre escritores y editores -o entre creación y negocio- fue muchas veces fuerte, pero de ella nacieron -a la vez que subproductos ínfimos- la mayor parte de las grandes novelas de los dos últimos siglos.

De otra parte, las fronteras entre lo magistral, lo grande, lo notable y lo ínfimo no son siempre claras, para tormento de los obsesionados por la taxonomía de las calidades literarias. Conan Doyle creía que la popularidad de Holmes perjudicaba su prestigio como autor de obras históricas que estimaba de mayor enjundia. "Planeo matar a Holmes en la sexta entrega. Me impide pensar en cosas mejores", confesó. Y dos años después, en El problema final, lo tiró por las cataratas de Reichenbach. El tiempo, según Marguerite Yourcenar, es un gran escultor. También es el mejor y definitivo crítico. No pocas veces arrumba lo en su día celebrado y mantiene vivo lo que fue infravalorado.

John Le Carré pertenecía al amplio universo de la literatura popular de calidad. En la historia de la novela de espías estaría en la estela de las novelas serias de Graham Greene y por encima -la dichosa taxonomía- de las más populares de Eric Ambler o Len Deighton y las muy populares de Ian Fleming. Pero, ¿a qué tantas jerarquizaciones? La crítica literaria debería aprender del boxeo a no enfrentar pesos distintos. Hay escritores campeones de peso mosca, wélter o pesado. Le Carré lo fue en la suya (decidan ustedes cual sea). Sobre todo entre 1961 y 1989, de Llamada para el muerto a La Casa Rusia. Después le dio el patatús de ser reconocido como "gran escritor", cosa que ya era. Y se estropeó. Serán Smiley y el Circusquienes lo mantengan vivo.

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