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Gafas de cerca
El líder del PP es un caso de resiliencia. Ya saben, de resignación y aguante ante las adversidades, pero dicho como toca ahora. Sucede que, en el caso de Casado, los contratiempos que debe soportar le vienen de sus correligionarios: los tiros en el pie y las balas transparentes que esquiva los disparan Ayuso, Aznar o, ahora, el cacereño Alberto Casero, el diputado que falló al dar su voto remoto entre el sí y el no en la votación sobre la reforma laboral, que salió adelante gracias a su cagada (es stricto sensu: alegó gastroenteritis para no acudir al Parlamento), y a un par de ventajistas. Ya se ha hecho toda la sangre al ex alcalde de Trujillo. Cabe recordar a Churchill (que da ringorrango a cualquier cita apócrifa), diciéndole a un nuevo diputado tory que se acercó a la primera bancada a presentar respeto a Sir Winston: "No se equivoque, joven, aquellos de enfrente son nuestros rivales; nuestros enemigos son lo de aquí atrás".
Quizá como usted, tengo demasiadas dudas a la hora de ir a votar. La cara b de tal desidia con la "fiesta de la democracia" (manda tela la expresión) es que intento computar durante las legislaturas algunos puntos a favor o en contra de los contendientes, descartados los vendedores de crecepelo; las proclamas en periodo electoral suelen ser tan falsas como un Judas de plástico. Así que llevar un ranking basado en hechos de un político o un partido puede llevarme a la mesa electoral en un día de domingo. Por ejemplo, el proyecto de carril bici en mi ciudad fue suficiente para entregarle mi voto a Izquierda Unida, sin que sirviera de precedente. Por lo mismo, hubiera considerado seriamente votar a Casado -a sus invisibles delegados de mi provincia- por haber apoyado la reforma laboral impulsada por la vicepresidenta Yolanda Díaz, que cuenta con el logro --no menor- de haber aunado a favor del proyecto de ley a patronales y sindicatos. Si la reforma recién nacida fuera una auténtica reforma, una de calado, se comprendería la negativa del PP, que a fin de cuentas es el partido que impulsó la ley hasta ahora. Pero es que sus cambios son insustanciales, y hasta cosméticos: se trataba de contentar a las bases -sean eso lo que sean en Unidas Podemos-, y poder sacar pecho desde el ministerio.
No tiene bastante con el fuego amigo, sino que en campaña y entre borregas zamoranas y vacas de Ávila, decide no apoyar lo que apoyan los empresarios. Con ese voto, algunos miles no militantes hubiéramos pensado que usted contribuía a la razón de Estado. Pero qué va, qué va. Se defiende de los suyos.
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