José Aguilar

Si Casado fuera un estadista

19 de abril 2020 - 01:41

Si Pablo Casado fuera un estadista, aparcaría coyunturalmente sus intereses de partido en aras del interés general de España: acabar con la pavorosa crisis sanitaria y afrontar la devastadora crisis económica que ha traído el virus, la peor, para nosotros, desde hace un siglo.

Casado ha dado la talla en los hechos referidos a la pandemia (ha refrendado las medidas del Gobierno, pese a su manifiestamente mejorable gestión), aunque no en las palabras, sin llegar a la extravagancia de Vox, para quien la enfermedad casi forma parte de la política de eutanasia de la izquierda. Pero en cuanto a la reconstrucción social y económica de España su postura está dejando mucho que desear.

Si fuera un estadista, no le habría dado tanta importancia a la arrogancia de Pedro Sánchez al convocarlo, tarde, a través de la prensa. No le pondría condiciones para negociar unos nuevos Pactos de la Moncloa, sino que le exigiría un orden del día y una hoja de ruta para la reconstrucción en la que él encontraría algunas cosas que apoyar y otras que rechazar. No pondría como condición para el pacto la ruptura de la coalición de Gobierno, y la salida de Unidas Podemos. No pretendería ganar con el virus lo que no ganó en las urnas ni que un bichito de origen oriental acabe con la legislatura de un país democrático occidental, y adelante unas elecciones que sólo puede adelantar quien lo convoca a él de mala manera. Más aún, si fuera un estadista tendría la suficiente visión política para darse cuenta de que Pedro Sánchez no busca un pacto con la oposición, sino la sumisión de ésta a sus planes y proyectos y que está deseando que Casado le ponga pegas para denunciarlo por antipatriota y regresar, como si no hubiera alternativa, a las alianzas y el proyecto que la pandemia se ha llevado por delante. Fue su designio antes de la investidura y lo es ahora.

Si Pablo Casado fuera un estadista se sentaría a negociar con Pedro Sánchez y trataría de pactar un programa moderado, recortar la influencia de Pablo Iglesias en el Gobierno y liberar al falso Churchill de La Moncloa de los chantajes a los que voluntariamente se sometió para llegar a ella. Si lo consigue mínimamente, será bueno para España, aunque la medalla se la cuelgue Sánchez e intente rentabilizar la jugada (es especialista en esa materia). Si no, siempre podrá decir que lo ha intentado. Como haría un estadista: mirar al mañana de todos antes que enredarse en el hoy particular.

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