La tribuna

Mario Soares

¿Casual o causal?

HASTA el mismo Pangloss, el célebre personaje del Candide de Voltaire, no obstante su imperturbable optimismo, se vería en aprietos para encarar el mundo contemporáneo. La naturaleza y la humanidad han dado rienda suelta a sus respectivos demonios y nadie les puede poner frenos. En diferentes lugares la Tierra ha reaccionado y nos ha asestado, sucesivamente, ciclones, maremotos, terremotos, inundaciones y, hace unos meses, la erupción volcánica en la insular Islandia que ha paralizado los aeropuertos del norte y el centro de Europa. Un espectáculo triste y nunca visto.

Se trata de fenómenos naturales normales, dirán algunos, los menos avisados. Pero para aquellos que tienen más de ocho décadas, como es mi caso, y nunca vieron ni tuvieron conocimiento de nada semejante a esta conjugación sucesiva de catástrofes, es prudente plantearse una duda: ¿no será que la mano inconsciente e imprevisora del hombre, que agrede y maltrata al planeta y compromete su natural equilibrio, tendrá una buena dosis de responsabilidad en estos hechos?

La Conferencia Cumbre sobre el Cambio Climático celebrada en Copenhague en diciembre pasado, que debía condenar y enfrentar el calentamiento global, resultó un fracaso en virtud del sospechoso acuerdo trazado a última hora entre China y Estados Unidos. Por una coincidencia -o quizás no- estas dos grandes potencias son los mayores contaminadores de la Tierra. La verdad es que consiguieron paralizar al grupo europeo -al cual no le atribuyeron la menor importancia- y a varias delegaciones provenientes de otros continentes que esperaban resultados positivos de la Conferencia Mundial.

Pero es quizás más preocupante la aparición de algunos científicos que adoptan posturas abiertamente contrarias al pensamiento y a las advertencias de la abrumadora mayoría de los ecologistas, ya que sostienen que el calentamiento global no es causado por las actividades humanas ni por el abusivo empleo de combustibles derivados de los hidrocarburos. Ellos afirman y reiteran que se trata de un hecho natural. Esto me hace pensar que hay personas capaces de perseguir a toda costa la ganancia y sobreponer a toda otra consideración la defensa de sus intereses inmediatos sin que ello afecte a sus buenas conciencias... si las tienen.

Pero estoy convencido de que en la próxima Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático la verdad científica prevalecerá y que las grandes potencias serán obligadas a respetar las reglas que apuntan a contener radicalmente el calentamiento global.

Pero los riesgos que acechan al planeta no son solamente las catástrofes consideradas naturales que se suceden con indudable e inquietante frecuencia. El terrorismo global continúa ocasionando estragos desde el año 2001. Y son actualmente numerosas (excesivas, según mi punto de vista) las naciones que disponen de armamento nuclear. Es indispensable ponerles límites. En este sentido, el acuerdo que el presidente estadounidense Barack Obama consiguió establecer hace unos meses con Rusia y con China para reducir los respectivos arsenales atómicos y obstruir la proliferación por parte de países que aún no los poseen -como es el caso de Irán- es un acontecimiento notable y de proyecciones políticas y geoestratégicas sumamente positivas.

En un mundo tan peligroso como el que nos toca vivir -baste pensar en todos los conflictos armados no resueltos en todos los continentes- es preciso reducir drásticamente la venta libre de armas y propagar la Cultura de Paz, de la que es incansable promotor el ex director general de la Unesco Federico Mayor Zaragoza. Al mismo tiempo, se deben evitar y controlar hasta donde resulte posible todas las formas de incitación a la violencia que los medios de comunicación y las televisiones en particular propagan constantemente (inconscientemente o no) en lo que no es exagerado calificar como una escalada inaceptable.

Todos los gobiernos del mundo que se consideran estados de Derecho y que, por lo tanto, deben respetar y proteger los derechos humanos, tienen la consecuente obligación de adoptar políticas y medidas eficaces para difundir la Cultura de Paz y repudiar, pedagógica y sistemáticamente, todas las formas de violencia que entran todos los días en nuestras casas para el bien de nuestros descendientes y del futuro de la humanidad.

Realmente, las amenazas que confrontamos en nuestra época provienen de diversos frentes: de una política incierta y sin rumbo claro, de una economía sin reglas y a la espera de mejores días -no sabemos cuántos- para superar la crisis, de una sucesión de calamidades.

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