La Catedral y la selva

El nivel del alarmismo está subiendo mucho más que el nivel de las aguas, y nos ahogamos

El jaleo que han provocado las declaraciones de Martínez-Almeida a unos niños en un aula es sintomático. Al flamante alcalde de Madrid le preguntó una dulce niña que, si sólo pudiese donar a una causa, a cuál preferiría hacerlo: o al Amazonas o a la Catedral de Notre Dame. Se ve que la niña lo vio tan flamante que no se le ocurrían más que incendios. Almeida eligió la Catedral y provocó la inmediata deflagración de la niña y de sus compañeros, que se llevaban las manos a la cabeza, escandalizados. Luego han venido los mayores a echar leña al fuego.

Almeida no ha dicho ningún disparate. Lo que sucede es que el nivel del alarmismo está subiendo mucho más que el nivel de las aguas, y nos ahogamos. Los niños (y los mayores que les exhortan) creen que no apoyar el pulmón verde del planeta es condenarnos a la asfixia. Paralelamente, en sentido inverso, la cultura se valora cada vez menos (incluso en la escuela) y contra la catedral serpea, además, un implícito anticristianismo. Con el Liceo de Barcelona hubiesen sido todos más comprensivos que con una iglesia dedicada a Nuestra Señora. Porque olió ese anticlericalismo, Almeida se precipitó a dar unas justificaciones exquisitamente europeístas de su decisión.

Con todo, hay algo mucho más grave. La pregunta de la alumna no era una pregunta honesta ni siquiera retórica: era una pregunta capciosa. Ella y sus compañeros ya tenían la respuesta y no querían aprender nada de un señor que es abogado del Estado y alcalde de Madrid. Que va. No sé si la hicieron con la mala intención de los fariseos a Jesús, para trincar en un renuncio al preguntado, pero, incluso aunque tuviesen buena intención, es preocupante de sobra ese vivir instalados en la verdad sagrada que ni puede contradecirse ni admite una réplica o una explicación. Así se anula la posibilidad de educar, el proceso de enseñanza y los mecanismos de debate básicos de una democracia.

Si le hacen esto al europeísta Almeida, ¡cualquiera se atreve a explicar mi postura frente ese tribunal popular! Yo les hubiese dicho que no daría mi dinero a nadie, porque no lo tengo. La presión fiscal no me deja para las oenegés y menos aún para aquellas que ya tienen a su favor el rebufo de la opinión pública. O bajan los impuestos o que la Hacienda Pública corra con los gastos de la buena conciencia colectiva, puestos a colectivizarlo todo. No sé qué habrían dicho las pobres criaturas.

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